Editorial

Hungría y Eslovaquia: acogida derramada

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Francisco ha retomado su agenda internacional con escala en Hungría y Eslovaquia, dos países que se encuentran en las fronteras europeas, una circunstancia que ha generado en sus poblaciones y en sus líderes políticos recelos más que notables con respecto al fenómeno migratorio.



Desde hace tres décadas, forman el llamado Grupo de Visegrado o V4, junto con la República Checa y Polonia: una entente informal de corte nacionalista, que ha derivado en los últimos años en un rechazo frontal al extranjero que choca con la legislación de acogida de la Unión Europea.

Como abanderado de esta alianza, se presenta el primer ministro húngaro, Viktor Orban, protestante casado con una católica. La rendija abierta a la esperanza en este grupo de países la representa la presidenta eslovaca, Zuzana Caputová, alejada de toda tentación de populismo y xenofobia, que en estos días se ha presentado como una aliada de la cultura del encuentro y de la acogida al que viene de fuera.

Desde un punto de vista institucional, la Santa Sede ha evitado generar polémica alguna con sus anfitriones en los encuentros mantenidos con los mandatarios y demás autoridades civiles. Sin embargo, el Papa no ha dudado en dirigirse a los creyentes húngaros y eslovacos en cada una de sus citas para instarles a romper toda rigidez de corazón, pensamiento y acción.

  • Por un lado, ha sido constante su llamada a conformar una Iglesia flexible, anclada en sus raíces, pero no atrapada por tradiciones que se convierten en adherencias y lastres.
  • Por otro, también ha estado presente su invitación a acoger la diversidad de las minorías, los perseguidos y discriminados, desde un contacto directo con los padecimientos de judíos y gitanos.

Ambas propuestas confluyen en los migrantes y refugiados, que necesitan una comunidad cristiana comprometida entre una ciudadanía temerosa del extranjero para ejercer de puente que se abre para abrazar otras culturas y realidades. No es de extrañar que, lo mismo ante los obispos que ante los religiosos y los jóvenes, Francisco insistiera hasta el último minuto de su estancia en derramar “el buen perfume de la acogida”.

Jesús como modelo

En el marco de un Congreso Eucarístico Internacional y coincidiendo con la festividad de la Exaltación de la Santa Cruz, el Papa alertó sobre la tentación de quedarse atrapados en ritos y signos, de instalarse en la forma sin adentrarse en el fondo.

Un fondo que pasa por un Jesús que se hace pan partido y repartido para todos, con el forastero como privilegiado invitado a la mesa. Un Jesús que muere crucificado y resucitado para todos, un entregarse hasta dar la vida que hoy se traduce en los migrantes clavados en el madero de las pateras y en las espinas de las vayas fronterizas, a las puertas de Europa.

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