El pasado 14 de abril, el fallecido papa Francisco declaró venerable a Antoni Gaudí, tras el visto bueno del Dicasterio de las Causas de los Santos, que reconoce la heroicidad de sus virtudes. A la espera de un milagro atribuible a su intercesión para que pueda ser proclamado beato, la Iglesia ve en el arquitecto catalán algo más que un genio: un cristiano que afrontó su profesión como una vocación integral e integrada en su vida sin disociaciones.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
De la misma manera, analizar su trayectoria sin pretensiones hagiográficas edulcoradas permite comprobar su manifiesta austeridad, la hondura de su fe, su afán de perfección y su lucha permanente contra sí mismo y su fuerte carácter.
Durante la eucaristía de acción de gracias celebrada en la tarde del 10 de junio en su obra más celebre, la basílica de la Sagrada Familia, el cardenal Juan José Omella compartía en su homilía que “no solo construyó un templo, sino un camino hacia Dios”. Un itinerario ascético en lo cotidiano que pasa por entender la belleza y el arte como expresión sublime de la contemplación, esa que Gaudí cultivaba y que continúa siendo una asignatura pendiente para el hombre y la mujer de hoy.