Tras el funeral del papa Francisco, el engranaje de la Santa Sede se puso en marcha para elegir al sucesor de Pedro a través de un procedimiento que genera una expectación inusitada en todo el planeta, que va más allá del hecho religioso. Un acontecimiento que habla de la significatividad de la Iglesia como institución y que es en sí mismo una invitación a reflexionar sobre los hilos invisibles con la opinión pública y la publicada.
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Durante más de una semana, los purpurados que conforman el Colegio Cardenalicio fueron convocados para participar en Roma en las llamadas congregaciones generales, una asamblea en la que se ha podido escuchar una a una las reflexiones de quien ha solicitado la palabra para hacer balance del pontificado clausurado, así como analizar el presente y futuro de la Iglesia.
Es en el Aula Nueva del Sínodo donde se ha podido sentir cómo se configura la diversidad y complejidad del poliedro eclesial, esa metáfora que tanto utilizaba el Pontífice fallecido para describir la diversidad que él quiso visibilizar precisamente conformando el cónclave más universal y, por lo tanto, más católico de los celebrados hasta la fecha. Y Francisco lo logró con creces, haciendo hueco en la Sixtina, no solo a las superpotencias de la fe, sino también entregando birretas en los lugares más recónditos donde los cristianos son una minoría o una prometedora presencia incipiente.
Con este punto de partida, las congregaciones generales también han puesto de manifiesto las resistencias ya visibles en estos doce años a las reformas emprendidas por Jorge Mario Bergoglio.
Según ha podido confirmar ‘Vida Nueva’, quienes han intentado enmendar su pontificado, lo han llegado a presentar de puertas para dentro como una etapa confusa, reivindicando una supuesta tradición, cuando en realidad evocan un tradicionalismo nostálgico. Se olvidan en esas apreciaciones cogidas al vuelo de que el fallecimiento de Francisco convierte automáticamente todo su magisterio en tradición de la Iglesia, un legado vivo y en desarrollo. Como lo fue su empeño por materializar una lglesia en salida, pobre y para los pobres, que emana directamente del Evangelio a través de las pautas marcadas por el Concilio Vaticano II. Esta tradición vigente también incluye, desde la nota al pie sobre los divorciados de la exhortación apostólica ‘Amoris laetitia’ hasta las bendiciones en ‘Fiducia supplicans’, pasando por cualquiera de sus encíclicas y exhortaciones apostólicas, además de sus palabras, de sus gestos, de su coherencia vital…
Así pues, esa estrategia pensada para marcar el ritmo del precónclave, aireando un ficticio malestar generalizado respecto a la era Bergoglio, se ha topado con una mayoría de aportaciones que ha incidido en la necesidad de profundizar en los procesos abiertos, con la sinodalidad como eje transversal e irreversible.
Realidades dolientes
En cualquier caso, mientras dentro de los muros del Aula Nueva del Sínodo unos y otros exponían sus pareceres, el mundo seguía y sigue girando, inmerso en guerras que no llevan a ninguna parte, aranceles propios de una economía que mata, migrantes que siguen pereciendo lo mismo en el mar que entre concertinas, jóvenes que solo encuentran en el suicidio una salida a su desconcierto vital… Son todas esas realidades dolientes que Francisco situó en la agenda católica para reconectar con las llagas abiertas de las mujeres y los hombres de hoy, saliendo al encuentro a la manera de un hospital de campaña donde siguen llegando heridos que necesitan de la ternura del Dios misericordia.
El nuevo sucesor de Pedro está llamado a ser pastor, no solo de quienes llevan una cruz al cuello, sino también faro de una humanidad que necesita de una voz profética, en medio de tantos falsos mesías que amenazan. Ni la inteligencia artificial, ni las presiones externas, ni los intereses partidistas podrán elaborar el retrato robot del obispo de Roma ideal. Entre otras cosas, porque el Espíritu Santo se escapa de todo algoritmo e injerencia, abriéndose para construir la Iglesia que soñamos y, por tanto, el Papa que necesitamos.