Editorial

Desterrar la corrupción no tiene precio

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Por primera vez, un papa fulmina a un cardenal con la corrupción económica como telón de fondo. El 24 de septiembre, Francisco obligaba a Angelo Becciu a renunciar como prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos y a sus derechos como purpurado. Una decisión tan dolorosa como necesaria, enmarcada en su voluntad de eliminar el blanqueo y la malversación de la Santa Sede.



Las acusaciones que planean sobre el que fuera número tres de la Santa Sede son algo más que sospechas infundadas o fruto de maniobras palaciegas, como se ha dejado caer en algunos foros. Así lo ha corroborado Vida Nueva, que ha confirmado que los informes financieros de las autoridades italianas y suizas sobre el Óbolo de San Pedro justificarían la contundencia papal.

Resistencias

Un ejercicio de autoridad que sitúa a Francisco en una espinosa coyuntura. Junto al lobby ideológico que busca minar su credibilidad, esta destitución aviva el malestar de aquellos curiales que se sienten más cercados que nunca. Resistencias de uno u otro cuño que no deben hacer temblar el pulso a quienes trabajan en el Vaticano para dejar las cuentas claras. Porque desterrar la corrupción de la hucha de los pobres no tiene precio.

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