Editorial

Coherencia climática y eclesial

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De forma providencial, Madrid se ha convertido en la Cumbre Mundial del Clima bajo las siglas COP25. Un encuentro de “mantenimiento” para evaluar el Acuerdo de París. No en vano, los países más contaminantes del planeta, Estados Unidos y China, han participado con una exigua delegación, lo que refleja su escaso interés por frenar el cambio climático.

Este hecho, unido a la falta de voluntad real por parte de los demás estados y a la falta de medidas vinculantes, contagian de pesimismo cada una de estas cumbres.



De ahí a hablar de fracaso solo hay un paso. Sobre todo, si se mide desde arriba, es decir, desde el compromiso de las Administraciones y de las grandes empresas. Sin embargo, el amplio programa de actos paralelos de la COP25 habla de una sociedad civil cada vez más sensibilizada. El icono en el que se ha convertido la adolescente sueca Greta Thunberg muestra una generación que exige a sus mayores acciones convincentes.

Y la multitudinaria manifestación que acogió la capital española revela una ciudadanía concienciada. Pero, más allá de esta sensibilización y concienciación, toca dar el salto a la coherencia. Para que los poderes públicos y privados admitan que el cuidado del medio ambiente es una emergencia con demanda social, tiene que darse un cambio real de hábitos que pasa por el reciclaje, la reducción del uso de plásticos, la apuesta por el transporte público, aparcar el consumismo exacerbado

Estas acciones cotidianas son la mayor presión que se puede ejercer ante quienes tienen en sus manos apostar por modelos alternativos de desarrollo sostenible. La Iglesia tiene la oportunidad de convertirse en abanderada de palabra y de obra desde la ecología integral, como ha demostrado con su presencia activa en la COP25.

Francisco ha tomado la avanzadilla, tanto con la publicación de la encíclica ‘Laudato si’’ como con la convocatoria del Sínodo de la Amazonía, ofreciendo como base la Doctrina Social de la Iglesia. Basta con seguir sus pasos. Si hay un colectivo que ha de tener interiorizado desde la raíz el cuidado de la Casa común, es la comunidad creyente, teniendo en cuenta que las primeras líneas de la Biblia hablan del Dios creador y del hombre como custodio de la creación.

Así pues, no solo no cabe el negacionismo en la mente y el corazón de un cristiano, sino que su vida de fe tampoco puede tomarlo como algo accesorio u opcional. El concepto de ecología integral entiende la defensa de la dignidad del hombre como inherente a la protección de la tierra que habita, una ecología de lo cotidiano que pasa por cuidar del planeta para cuidar de los pobres. Y a la inversa. Un ejercicio de coherencia evangélica, eclesial y climática.

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