DCM
Portada_DChM_59

Vidas de frontera

La frontera es una franja estrecha de territorio cerca del confín entre dos Estados, un área de paso oficialmente delimitada con un sistema defensivo. A lo largo de la historia, especialmente la americana, la frontera también ha llegado a indicar una región escasamente colonizada, en contacto con tierras aún desconocidas y, por lo tanto, pensadas como punto de partida para la expansión colonizadora. De ahí las expresiones “espíritu de frontera” y “nueva frontera”.



Cuando hablamos de la frontera en sentido figurado, no nos desviamos mucho del sentido literal. De hecho, imaginamos una línea divisoria que separa claramente diferentes entornos, situaciones, concepciones y disciplinas. Algunos entienden esa línea como una frontera fija, infranqueable, que se debe defender. Otros lo conciben en cambio como un confín  que se puede mover, modificar o cruzar para dar lugar a concepciones más avanzadas.

Diferentes ideologías

Solo en este último caso nos convertimos verdaderamente en personas “de frontera”, al igual que las mujeres protagonistas de este número. Muchas de ellas cruzan valientemente las fronteras de diferentes ideologías, religiones y culturas en un intento de construir puentes, siempre en busca de diálogo y una unidad perdida. Otras, desafiando los prejuicios y costumbres establecidas, han optado por testificar con hechos concretos el cruce de las fronteras y, permaneciendo en la sombra, viven sin miedo, en contacto directo con la realidad fuera de su zona de confort, imitando la vida de Jesús y de María que nos enseñan a quedarnos en los lugares más incómodos, donde nos sentimos desorientados, a menudo incluso extranjeros.

Los diferentes testimonios de estas mujeres fronterizas se convierten en una oportunidad para una profunda reflexión, ya que nos permiten vislumbrar la disposición espiritual que las une: no la actitud de aquellos que permanecen callados y encerrados en sus hogares, en sus certezas y las defienden, sino más bien el espíritu de alguien que tiene un corazón inquieto, de alguien que, en el umbral, espera ansiosamente una visita, escudriñando el horizonte.

Este estar en el umbral también es típico del creyente para quien la línea de confín, la frontera, se convierte en el lugar de paso del misterio donde se siente fuertemente el deseo de encontrar lo que o a quien todavía no se conoce por completo. Entonces podríamos decir que ser mujeres y hombres de frontera es posible para nosotros en la medida en que, permaneciendo en el umbral, nos abrimos al misterio sin perder el centro de nosotros mismos.