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Portada Donne Chiesa Mondo Marzo 2020

¿Qué poder?

Poder, potestad y autoridad son las palabras que se repiten con frecuencia cuando las mujeres reflexionan y discuten sobre las funciones que desarrollan, o que ambicionan desempeñar, en los ámbitos civil, administrativo, político y eclesiástico. Y que las mujeres reivindiquen poder, potestad y autoridad al igual que los hombres es una cuestión de justicia. Se podría argumentar que en la historia no faltan ejemplos de mujeres que han desempeñado roles de mando o influido en el ejercicio del poder masculino.

En el primer caso se trata de casos aislados, en los que las mujeres han sido a menudo útiles en la transmisión del poder dinástico; en el segundo, la influencia de las mujeres se ha verificado sobre todo en la esfera privada o se ha transformado, por ejemplo, en el ámbito eclesial, en valiente y sufrido testimonio profético. Tan solo en el siglo pasado, la independencia de las mujeres ha dado pasos adelante y solo recientemente se ha asistido al nombramiento de mujeres en la cumbre de estructuras políticas, del estado y de otras empresas públicas y privadas. Son mujeres símbolo, mujeres de poder. Pero todavía queda lejos el día en el que no haya necesidad de recurrir a cuotas rosas y no sea noticia que un alto cargo del gobierno estatal o eclesiástico sea una mujer.



¿Pero el objetivo último es realmente la igualdad de oportunidades y de derechos de las mujeres? ¿O no es más bien la etapa necesaria de un recorrido dirigido a reformar el sistema de poder dominante? Las mujeres se enfrentan a una encrucijada hacia el poder. Una opción: elegir no hacer red, no competir en igualdad de condiciones con los hombres, sobrevolar compromisos y abusos, convirtiéndose así en las peores enemigas de sí mismas. Otra alternativa: aprovechar la oportunidad para marcar una discontinuidad con las tipologías comúnmente utilizadas por los hombres.

Esto vale también para las mujeres en la Iglesia: conformarse con acceder a roles de gobierno, así como se han configurado en el tiempo en las instituciones eclesiásticas, o comprometerse, junto a todos los hombres de buena voluntad, en repensar el poder y conducirlo con valentía hacia una verdadera responsabilidad de servicio por cuenta y en nombre de la autoridad divina. El mundo espera de la Iglesia el testimonio evangélico de que lo que cuenta no es ocupar puestos clave y construirse alrededor instituciones idolátricas, sino promover el bien común y personal, con el cuidado del otro y en una actitud que libera y no somete. En el testimonio reside el verdadero poder de las mujeres hoy.