Sobrevivir a fin de año en el hemisferio sur, a diferencia de América del Norte y Europa, es uno de los desafíos más complejos de sortear, ya que todo parece estar diseñado para afectar a la salud y la alegría a la que nos invita el Adviento y la Navidad. El calor del verano se hace presente con toda su intensidad, haciendo más pesado el andar. Las oficinas, colegios y universidades están cerrando el año con evaluaciones, balances y graduaciones que tensionan a toda la sociedad por los resultados obtenidos. La gente, además, está preparando las fiestas, corre y muchas veces se endeuda para comprar los regalos de Navidad. Y, como guinda de la torta, en Chile al menos, finaliza una tensa y polarizada elección presidencial.
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Al contexto público se suma todo lo vivido a nivel personal desde enero a la fecha. Pérdidas, dolores, decepciones, fracasos, enfermedades, separaciones y un infinito de experiencias complejas que se acumulan en el año, agobiando a todo mortal. Evidentemente, también se suman logros, esfuerzos, éxitos, aprendizajes y alegrías, pero todo es tan intenso, acelerado, ruidoso y caótico que cuesta hacer consciente que ya viene el Señor con su salvación y la anhelada paz.
Contracorriente
La fuerza de lo descrito a nivel espiritual es equivalente a capear una ola gigante, donde difícilmente salimos ilesos. Es tanta la revoltura que muchas veces perdemos la orientación del cielo, se nos va el aire y creemos que moriremos ahogados en la oscuridad. De ahí que salir a flote requiera un esfuerzo consciente para contrarrestar el cansancio y la irritabilidad ambiental que se generan en estas fechas.
Ser cristiano a fin de año en el sur del mundo exige tomar decisiones contraculturales y tener el coraje de resistir la presión social. Elegir, por ejemplo, en qué vamos a participar, decir que no a actividades que no aportan o que atentan contra la salud personal o familiar. Priorizar en la agenda aquello que nos hace mejores personas y discernir cómo ayudar a la comunidad, en especial a quienes viven pobreza o soledad. Definir presupuestos acordes a nuestra realidad, sin caer en la tentación de la deuda o de la ostentación, y establecer criterios de sencillez, unidad y centralidad en la familia para celebrar.
Presencia permanente
El Señor no solo viene el 24 de diciembre, sino que ha caminado con y entre nosotros durante todo 2025, aunque sea precisamente en estas fechas cuando más nos cuesta reconocerlo. De ahí la importancia de asegurar tiempos diarios de silencio, soledad, oración, quietud y escucha para decantar el camino recorrido con gratitud y humildad por los dones recibidos. También es clave buscar espacios de gratuidad hacia los demás, porque allí se vuelve más nítida su presencia y podemos acoger con mayor amor las necesidades que nos rodean.
Sin embargo, no todo es cuesta arriba por estos lares, ya que la fragilidad que sentimos se transforma en un desierto espiritual donde constatamos la precariedad de nuestros recursos y reconocemos que solos no nos podemos salvar. En medio del estrés, el cansancio, el agobio y el calor, no nos queda más que entregarnos a Dios con toda nuestra vulnerabilidad.
El grito del alma
El ego, la voluntad, el esfuerzo, la autoexigencia y el grito del alma llegan exhaustos y sedientos de hogar, dejando espacio libre al “pesebre” donde el Señor puede nacer una vez más. Cuando ya no damos más, cuando la esperanza flaquea y asoma el deseo de rendirse, abrimos sin saberlo una puerta ancha para que la Santísima Trinidad nos alcance y nos devuelva el verdadero sentido de la existencia. Nuestra vida no es correr, rendir, comprar, sufrir, ni siquiera celebrar por inercia, sino manifestar con plenitud lo que somos, amando y sirviendo con nuestro tono particular.
Y ahí ocurre el milagro: el Señor no llega cuando todo está en orden, sino cuando el corazón está disponible. No irrumpe en la fuerza, sino en la pobreza asumida. No se impone desde afuera, sino que nace en lo pequeño, en lo simple, en lo verdadero. Adviento, vivido así, deja de ser una carrera agotadora y se transforma en un umbral de esperanza. Ya viene el Señor, silencioso y fiel, a recordarnos que, incluso en medio del ruido, del cansancio y del desierto, siempre hay un hogar posible donde descansar y volver a empezar.

