Para quienes han tenido la suerte de tener vacaciones, llega el momento de volver a casa y retomar las rutinas, que en algunos casos y algunas personas tanto ayudan. Los enseñantes comienzan sus reuniones preparatorias del curso, las familias con hijos se afanan en prepararlo todo para la vuelta al colegio. Se ponen lavadoras, se recoge ropa que quizás no se utilice hasta el verano que viene, se remiendan prendas, se revisa que todo esté listo para volver a las aulas o al trabajo.
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Mucha gente retornará con energías renovadas, dispuesta a ganarse la vida, a sacar adelante proyectos, o simplemente a colaborar desde su lugar laboral para que el país funcione. Están más allá de disputas partidistas, de incompetencias varias, de la burocracia que hasta lo más sencillo dificulta.
Sin el apoyo necesario
Todas y cada una de estas personas, que desarrollan su trabajo lo mejor posible, a veces en situaciones difíciles, por sueldos magros, quizás sin el apoyo de quienes ostentan las responsabilidades, solo por dignidad y decencia, son los héroes de esta sociedad. Viven, trabajan, sueñan, se ilusionan y desilusionan, ríen cuando pueden y sufren cuando toca.
Sin embargo, se hallan relativamente inermes cuando de veras necesitarían gobernantes útiles, como ha quedado demostrado de forma evidente en las últimas catástrofes, las inundaciones de Valencia y los incendios en la meseta y el norte del país. Entonces, el equilibrio frágil se rompe, la capacidad personal se ve superada y puede acontecer la desesperación, tal como les ocurre a no pocos conciudadanos.
Es una situación análoga, salvando las distancias y las épocas, a la que observé ahora hace 39 años, en el verano de 1986, en Centroamérica. La gente vivía con cierta alegría en circunstancias vitales que me parecían difíciles, celebraban su fe, sonreían ante las adversidades cotidianas, a pesar de no tener agua ni luz en sus viviendas o de carecer de asistencia sanitaria cuando sus mujeres daban a luz o de escuelas para sus hijos. Los campesinos con quienes conviví aquellos meses caminaban largas distancias bajo el sol ardiente para acudir al trabajo, sus mujeres lavaban en el río, a mano, y cantaban mientras lo hacían. Era una vida dura, pero salían adelante.
Descomposición personal
Sin embargo, cuando sobrevenía la enfermedad o les golpeaba la represión, la resistencia se derrumbaba y la persona se descomponía, carente de recursos para enfrentar circunstancias extraordinarias y abrumadoras. Algo así observo ahora en España cuando nos golpean catástrofes; además, nos hemos hecho menos resistentes.
A pesar de todo, tengo fe en mi pueblo, en nuestro pueblo, en su capacidad de sobrevivir a malas noticias y peores realidades, a una situación económica adversa, basada en mentiras y trucos macroeconómicos baratos, que se revelará difícilmente sostenible cuando desaparezca el humo del mago. Sobrevivir a comisiones inútiles aun antes de constituirse, a añagazas políticas, a malos gestores.
Este es un país de mártires y santos, de poetas y guerreros, de escritores y filósofos, de médicos brillantes e ingenieros capaces, así como de gente corriente llena de capacidades y una buena dosis de heroísmo. Por ello sobrevivirá a este período oscuro, aunque implicará sudor y lágrimas, y quedarán cicatrices.
Recen por los enfermos, por quienes les cuidan y por este país.

