David Jasso
Provicario episcopal de Pastoral de la Arquidiócesis de Monterrey (México)

Volver a clases es volver a la vida


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En mi familia, este regreso a clases tiene un sabor especial. Mis sobrinas comienzan etapas nuevas: una inicia la primaria y la otra la secundaria. Mi sobrino mayor acaba de dar el salto a la universidad. Tres mochilas distintas, tres caminos que empiezan con ilusión, nervios y esperanza. Y pensé: así es la vida… una sucesión de comienzos donde todos volvemos a ser alumnos.



El regreso a clases es siempre más que una fecha en el calendario pues no se trata solo de uniformes planchados o cuadernos nuevos. Es la expresión de que, a pesar de todo, seguimos creyendo en el futuro. Que todavía hay familias que hacen un esfuerzo enorme para educar, que hay maestros que vuelven a apostar por la paciencia y la vocación, y que hay jóvenes que, aunque carguen miedos o incertidumbres, se atreven a dar el siguiente paso.

Estoy convencido que cada mochila guarda más que útiles. Quien mira a los niños y jóvenes entrar a la escuela puede pensar que solo llevan libros, lápices y tabletas. Pero cada mochila guarda también ilusiones, miedos, preguntas y hasta heridas que no siempre se ven. El desafío para padres, maestros y comunidades es mirar más allá de lo académico y reconocer la vida entera que cargan nuestros hijos, alumnos y vecinos.

El regreso a clases no debería ser solo un reto de rendimiento, sino una oportunidad de acompañamiento. Es preguntarnos: ¿qué necesita este niño para crecer con confianza?, ¿qué sueña esta adolescente que apenas inicia secundaria?, ¿qué decisiones se juegan en el corazón de un joven que estrena universidad?

Maestra y alumnos

Maestra y alumnos mexicanos. Foto: EFE

Ahora bien, la educación no se limita al aula. Padres y madres educan cada vez que escuchan, acompañan y ponen límites con amor. Maestras y maestros educan cuando transmiten conocimientos, sí, pero sobre todo cuando se convierten en referentes de vida. Y la Iglesia educa cuando abre sus espacios a los niños y jóvenes, cuando ofrece sentido, fe y comunidad. En tiempos de violencia y cansancio social, educar sigue siendo un acto profético. No es un trámite: es creer que la vida merece ser cuidada y proyectada hacia adelante.

La Iglesia también es una escuela. Cada parroquia, cada grupo juvenil, cada catequesis es también un aula. Los niños y jóvenes no solo aprenden en la escuela; también en la fe descubren que el mundo puede ser distinto si se vive con esperanza y solidaridad. El regreso a clases es también un llamado a la Iglesia: acompañar procesos, abrir puertas, escuchar más y juzgar menos. Como dijo el papa Francisco: “Educar es un acto de amor, es dar vida”. Esa es la tarea que compartimos: formar no solo mentes brillantes, sino corazones grandes.

El regreso a clases nos recuerda que todos, de alguna forma, seguimos aprendiendo. No importa la edad, siempre hay un inicio que nos espera: un nuevo trabajo, una nueva etapa, una reconciliación pendiente, un proyecto por emprender. La vida es escuela, y en ella, Dios es el maestro paciente que nunca se cansa de enseñarnos. Quizá la lección más grande de este tiempo es que volver a clases es volver a la vida: con la humildad de quien aprende, con la valentía de quien comienza, y con la esperanza de quien cree que todavía vale la pena seguir soñando.

Lo que vi esta semana

Almacenes y tiendas llenas de papás y mamás, de niños y adolescentes comprando lo necesario para el regreso a clases.

La palabra que me sostiene

Enséñame, Señor, tus caminos, instrúyeme en tus sendas”. (Sal 25,4).

En voz baja

Señor, que nunca dejemos de aprender de Ti, y que cada inicio sea oportunidad para crecer en amor y sabiduría.