José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

Venezuela y Canarias


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“Por abajo, por arriba, por la ventanita que nadie abre iba Carmichael, con el camino en la mano como paquete de dolor”, escribe Juan Gelman (‘Lamento por los pies de Carmichael o’shaughnessy’).

Caminos de ahora. Por tierra, mar y aire, como el de la mayoría de nuestros “vecinos”, en este caso, el de migrantes venezolanos, a quienes ya desde hace años la Iglesia quiere poner en primer plano. Recuerdo que así me lo decía hace pocos años Fabio Baggio, actual Subsecretario de Migraciones del Vaticano. Un buen tipo. Y que el plan actual para la regularización que ha efectuado Colombia de casi un millón de migrantes venezolanos ha puesto sobre el tapete los efectos beneficiosos que una sana regularización migratoria produce.



Precisamente con la invitación de “conocer a nuestros vecinos” asistí a la presentación un libro de Katrien Dekocker y Alberto Ares titulado ‘La comunidad venezolana en España y el rol de la Iglesia católica en su integración’ (iniciativa del Instituto Universitario de Estudios sobre Migraciones de la Universidad Pontificia Comillas en colaboración con Pueblos Unidos y la Unidad Pastoral Padre Rubio).

Un velero con 160 migrantes… canarios

Me retrotraje entonces a la fotografía de un velero con 160 migrantes canarios apiñados entre sí y tan expectantes ante un buen cambio de destino como lo son ahora los que surcan mil mares en busca de tierra, trabajo, techo… y dignidad. Es una fotografía convertida desde hace tiempo –también ahora– en icono y paradigma de la migración en sentido inverso: la de los españoles a Venezuela en 1949. Era la huella gráfica en un periódico venezolano con este titular: “Apresados en Venezuela 160 inmigrantes ilegales canarios”.

Sí. ha leído usted bien: apresados. Ilegales. De Canarias.

velero con emigrntes canarios rumbo a Venezuela en los años 50

La realidad migratoria está siendo muy mal gestionada por el Gobierno y la Union Europea y ha sido denunciada por Cáritas y otras muchas instituciones civiles y eclesiásticas. Con hechos y medidas políticas de control de flujos migratorios tendentes a convertir territorios como las Islas Canarias en cárceles para migrantes, cierre y externalización de fronteras y deportaciones, etc. sin tener en cuenta las causas: conflictos armados, pobreza y desigualdades, cambio climático, expolio de los recursos naturales… que obligan a las personas migrantes a salir de sus países.

Son personas

Es una gran tristeza que el tratamiento migratorio en general despersonalice tanto a las personas (solo importan raza, numero, edad, delincuencia o no…), las estigmatice y las coloque siempre en el vagón de cola olvidando las causas.

Nos olvidamos de la riqueza y la dignidad del distinto. Del diverso. Del otro.

Como cristianos, el otro –si queréis con minúscula– es mediación imprescindible para acceder al Otro (está vez sí con mayúsculas).

Me lo volvieron a recordar emocionadamente los testimonios, entre otros –a veces entre lágrimas– de unos venezolanos: María Fernanda, Sheila, Yolimar y Javier, por ejemplo. “Libros vivientes y agradecidos” de la migración venezolana. Estas letras son mi humilde homenaje para ellos y sus compatriotas tras escucharles en el barrio de La Ventilla, en Madrid. Porque con algunos de ellos compartí eucaristías.

Son nuestros vecinos

Ahora –a diferencia de nuestros compatriotas (solo entre 1948 y 1950 salieron unos 65 barcos de Canarias rumbo a Latinoamérica)– son otros los que emigran y, en muchos casos, llegan a nuestras fronteras en cayucos parecidos a los veleros de entonces que llevaron a muchos canarios a América Latina y, en concreto, a Venezuela.

Que la recurrente, meliflua e inexacta expresión de la nueva “normalidad” no nos haga olvidar que “los otros” –venezolanos y de otras muchas naciones abandonados por sus gobiernos– son nuestros vecinos. Y que esos “otros” fuimos también “nosotros”.

“Así, pues, todo lo que deseáis que los demás hagan con vosotros, hacedlo vosotros con ellos; pues esta es la Ley y los Profetas”(Mt, 7,12). Lo leí y lo proclamé apiñado con los otros santos vecinos de la puerta de al lado, los de la comunidad generada en la eucaristía de esta misma mañana.