Una recordación


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Regreso después de varias semanas de ausencia en este blog de Vida Nueva Digital pidiendo disculpas a mis lectores. Celebraciones, viajes y compromisos de trabajo me habían impedido encontrar el espacio y la concentración necesarios para poder escribir algo sensato como ustedes se lo merecen. Pero, bueno, aquí estoy nuevamente con muchas ganas de compartir mis reflexiones.

Esta vez con una recordación a propósito del encuentro en Abu Dabi del papa Francisco con el imán Ahmed Al-Tayyeb.  Propiamente del abrazo que se dieron. Una recordación porque hace ochocientos años, otro Francisco –el de Asís– abrazó al sultán de Egipto Melek-el-Kamel.

El papa Francisco besa al Gran Imán de Al-Azhar en Emiratos Árabes Unidos

El papa Francisco abraza al Gran Imán de Al-Azhar en Emiratos Árabes Unidos/EFE

Muchos comentaristas han escrito esta semana acerca de estos dos encuentros interreligiosos y a ellos me uno con esta recordación. Y comienzo por referirme a un libro fascinante, ‘San Francisco de Asís. Ternura y vigor (Santander: Sal Terrae, 1982), en el que su autor, Leonardo Boff, escribió que en el otoño del año 1219 Francisco fue al campamento del sultán de Egipto Melek-el-Kamel’ (1218-1238) y se entrevistó con él en Damieta, cerca de Alejandría, en el contexto de la Quinta Cruzada (1218-1220), cuya finalidad no era recuperar Jerusalén, sino conquistar tierras y extender el dominio occidental por todo el Mediterráneo. También debo referirme al relato de esta visita de Francisco al Sultán que ofrece la hagiografía franciscana conocida como ‘Las florecillas de San Francisco’.

El arrojo de San Francisco

San Francisco, impulsado por el celo de la fe de Cristo y por el deseo del martirio, pasó una vez al otro lado del mar con doce compañeros suyos muy santos con intención de ir derechamente al sultán de Babilonia. Llegaron a un país de sarracenos, donde los pasos fronterizos estaban guardados por hombres tan crueles, que ningún cristiano que se aventurase a atravesarlos podría salir con vida; pero plugo a Dios que no murieran, sino que fueran presos, apaleados y atados, y luego conducidos a la presencia del sultán. “Delante de él, San Francisco, bajo la guía del Espíritu Santo, predicó tan divinamente la fe de Jesucristo, que para demostrarla se ofreció a entrar en el fuego”.

Según ‘Las florecillas’, Melek-el-Kamel recibió el bautismo antes de morir y San Buenaventura, por su parte, escribió que desde entonces llevó la fe cristiana impresa en el corazón. Y no me cabe duda que el encuentro debió conmover a sus protagonistas, pero no es del caso confirmar qué pasó con el Sultán. En todo caso, el propósito de era convertir al Sultán a la fe cristiana, como correspondía a la preocupación de aquel entonces que en cierto modo inspiró las Cruzadas: fuera de la Iglesia no hay salvación. Preocupación compartida por el mundo musulmán y que se concreta en la doctrina de la yihad. Por eso la historia de desencuentros siguió a su curso, tantas veces sangriento, hasta el día de hoy.

Cruzada de paz y de amistad

Pero lo que quisiera destacar y merece recordación es el componente profético de este relato muy probablemente legendario y propiamente hagiográfico de una cruzada de paz y de amistad que ciertamente responde a un proyecto del primer Francisco, que en ese mismo año, 1219, había incluido en la primera Regla la posibilidad de “ir entre sarracenos”, no con la fuerza de las armas, sino con el poder de la Palabra y el testimonio. 

Hay que resaltarlo, era gran novedad, pues hasta ese momento la única relación posible del  cristianismo y el Islam era la cruzada del mundo cristiano contra los infieles. La originalidad de Francisco al “ir entre sarracenos” es que no iba en son de guerra a vencer al enemigo con las armas sino a convencerlo con el testimonio.

Nuevo mapa religioso y cultural

Ochocientos años después han vuelto a abrazarse el catolicismo y el Islam cuando, de la mano del principe heredero Mohamed bin Zayed Al Nahyan, suscribieron una declaración de fraternidad el imán Ahmed Al-Tayyeb y el papa Francisco. Lo hicieron en el contexto de la interpretación geopolítica del mundo y la visión de Iglesia correspondientes al momento actual, como también del nuevo mapa religioso y cultural del mundo en que vivimos, que es multiétnico, multicultural, multirreligioso.

El Papa saluda a los fieles congregados en el estadio del Zayed, en Abu Dhabi/EFE

El Papa saluda a los fieles congregados en el estadio del Zayed, en Abu Dhabi/EFE

En la audiencia general, a su regreso a Roma, el Papa se refirió a su encuentro en Abu Dabi como “una nueva página en el diálogo entre cristianismo e Islam” y se refirió también  al encuentro de hace ochocientos años: “Es la primera vez que un Papa viaja a la Península Arábiga. Durante este viaje he recordado a san Francisco de Asís y su encuentro con el Sultán Al Kamil, del que se cumplen ahora 800 años”.

Ser hermanos en cuanto hijos de Dios

Y también en la audiencia resumió el documento sobre la fraternidad humana que firmó en Abu Dhabi con el Gran Imán de Al-Azhar “juntos afirmamos la común vocación de todos los hombres –me atrevo a incluir a las mujeres para visibilizarlas y no quedar por fuera en esta común vocación– a ser hermanos en cuanto hijos de Dios y condenamos cualquier forma de violencia, también aquella revestida de motivaciones religiosas, además nos comprometemos a difundir en el mundo los auténticos valores y la paz”.

‘As-salāmu ʿalaykum’, como saludó Francisco en el encuentro interreligioso de Abu Dhabi. Que la paz sea con ustedes. O con todos nosotros. Como es el propósito de este diálogo desde la nueva mirada a las relaciones entre las religiones y a la fraternidad en la diversidad. Un encuentro que no pretendía convencer ni convertir y que se concreta en una invitación a trabajar juntos en la construcción de la paz superando toda diferencia étnica, cultural o religiosa.