Fernando Vidal
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

Un sínodo ‘recivilizatorio’


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El neoliberalismo ha provocado tal grado de desvinculación social, precariedad, riesgo y desgobernanza de la economía global, que regiones enteras han caído en un profundo sentimiento de abandono. Esa desolación que provoca el abandono es lo que ha llevado a que lancen a líderes ultraderechistas a hacer una disrupción con la dinamita de sus personalidades y políticas radicales. La ultraderecha putitrumpiana que lideran Rusia y Estados Unidos se expande haciéndose con más de dos quintos del planeta, y su elemento central es el fundamentalismo cristiano nacionalista.



Ese movimiento no va a crear un capitalismo social sostenible, sino que, indudablemente, va a radicalizar la desigualdad y el hipercapitalismo aceleracionista y, por tanto, las multitudes van a ver extremado su abandono. Y eso no conducirá de regreso a la moderación, sino que provocará otro pendulazo a la ultraizquierda. Y una vez aceptada la anocracia –aparentemente demócrata, pero sistémicamente autócrata–, el comunismo chino de capitalismo autoritario se habrá hecho aceptable, ya que se habrá demolido la reputación de la democracia liberal. Y el comunismo siempre lleva inscrito en sus genes la ambición totalitarista y global.

El presidente electo de Estados Unidos, Donald J. Trump le da la mano al presidente de Ucrania,

La comunidad cristiana, en general, y especialmente el catolicismo, tienen un papel crucial en esta desafiante encrucijada civilizatoria. Solo si reduce internamente el integrismo y el cristianismo se vuelve a hacer transversalmente presente en partidos de todo el arco parlamentario, se va a poder evitar el pendulazo que nos entregue en manos de la nueva era chino-rusa. Y para ello es crucial profundizar en la comunión de la sinodalidad, y que las izquierdas positivicen el papel de las religiones en la vida pública para la cooperación por el bien común.

Necesitamos un sínodo ecuménico recivilizatorio sobre cómo recobrar el progreso de la historia mundial hacia lo que Pablo VI, hace 50 años, llamó “la civilización del amor”.

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