Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Un minuto (según mi lavadora)


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A veces los misterios más grandes no son los más alejados de nuestra realidad. De hecho, uno de esos enigmas cotidianos difícil de resolver es cuánto dura exactamente un minuto según la lavadora. No creo ser la única que tiene esa curiosa experiencia de permanecer contemplando ensimismada a ese electrodoméstico, temible devorador de calcetines, durante esos últimos momentos de centrifugado que resultan ser eternos, por mucho que insista el aparato en indicar que apenas queda “un minuto”. Y es que, en realidad, el modo en que el tiempo se prolonga o se acorta según nuestra percepción es siempre un misterio insondable.



Sesenta segundos

Aunque la manera en que la lavadora mide el tiempo es siempre un interrogante abierto, en teoría nuestro sistema de medición temporal es siempre el mismo, de modo que todo minuto debería durar los mismos sesenta segundos aquí como en Sebastopol. Con todo, cualquiera de nosotros ha sentido alguna vez cómo las horas se nos pasan volando cuando estamos entretenidos, disfrutando o en buena compañía, mientras que parece que las manecillas del reloj han dejado de moverse cuando sucede todo lo contrario. Sin duda, hay algo muy subjetivo y personal en cómo percibimos el paso del tiempo.

reloj paso del tiempo

El salmista tenía muy claro que la percepción temporal es siempre relativa y que depende de cómo y con quién lo estemos disfrutando. Al menos, así se trasluce cuando afirma que “mil años en tu presencia son un ayer que pasó, una vela nocturna” (Sal 90,4). Me da la sensación de que la experiencia de este versículo no es tanto que nos falten horas al día para llevar adelante lo que quisiéramos hacer, como nos suele suceder. Más bien nos recuerda que hay un modo de vivir lo cotidiano que no es tedioso ni pesado y que tiene mucho que ver con sabernos y sentirnos en la presencia de Aquel que da sentido a las pequeñas cosas cotidianas. Quizá se trata de ir adquiriendo ese arte para encarar el día a día, esa que algunas personas sabias contagian sin darse cuenta y que se parece muy poco a la espera de ese eterno minuto delante de una lavadora.