Tras las huellas de Nicea (I)


Compartir

Para conmemorar 1.700 años del primer concilio ecuménico ha sido el primer viaje apostólico del papa León XIV. Y porque conmemorar es traer a la memoria recuerdos del pasado, se me ocurrió que podía y debía unirme a esta recordación adentrándome en un capítulo del caminar de la Iglesia por la historia para redescubrir qué fue la reunión de obispos celebrada en Nicea en 325. Sobre todo, al caer en la cuenta que sabía muy poco más de lo que había aprendido cuando estudiaba teología: que había sido un concilio cristológico, que había condenado a Arrio y que había definido el credo niceno que repetimos cada domingo.



Y pensé que podía compartir mi descubrimiento del concilio de Nicea con lectores y lectoras de VidaNuevaDigital. O mis descubrimientos, que exceden el espacio de este blog y, por lo tanto, voy a tener que compartirlos en dos entregas.

El primer descubrimiento en mis rastreos de Nicea

La curiosidad me llevó a revisar la versión original del Credo de Nicea y de los cánones que aprobaron los obispos, también las cartas de Constantino y la carta del concilio a los obispos, así como los escritos de uno de los testigos presenciales de Nicea, el obispo Eusebio de Cesarea, pero también a rastrear otros documentos, todos los cuales me fueron descubriendo una versión un tanto diferente de la que tenía archivada en mi memoria acerca del primer concilio llamado ecuménico y de su protagonista principal, el emperador Constantino.

León XIV, junto a Bartolomé I en el lago de Iznik

León XIV, junto a Bartolomé I en el lago de Iznik

El primero de mis descubrimientos es que cada domingo he proclamado mi fe “en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica”. Sin embargo, en los textos conciliares descubrí que el párrafo sobre la Iglesia fue un añadido de la siguiente reunión de obispos –el concilio de Constantinopla (381)– al Credo de Nicea en el que, constaté, no se incluyó a la Iglesia en la proclamación de fe. Propiamente de la fe cristológica: el Espíritu Santo mereció menos de medio renglón –“Y en el Espíritu Santo”, reza el texto– y Dios Padre apenas uno, mientras al Hijo, Jesucristo, le dedicó siete y otros tres al anatema contra Arrio y sus seguidores.

El segundo descubrimiento: un concilio eclesiástico

El segundo descubrimiento es que no solamente fue un concilio cristológico como yo creía. Fue un concilio eclesiológico, o mejor, un concilio eclesiástico: además del Credo, el concilio aprobó y publicó veinte cánones disciplinarios y dos cartas que fueron enviadas a los obispos al concluir la reunión, una de Constantino y otra del concilio de Nicea.

Descubrí en este rastreo que, además del enfrentamiento entre el obispo Alejandro de Alejandría y el presbítero Arrio, los obispos se ocuparon del nombramiento, elección, y ordenación de obispos, y de las relaciones y líneas de autoridad entre ellos; de la situación de los lapsi, es decir, caídos en las persecuciones, y de la situación del clero proveniente de grupos considerados herejes como, el novacianismo y el paulianismo, en el cual había diaconisas que el concilio admitió en el clero “ortodoxo”; asimismo, de la situación de los obispos ordenados por Melicio, un obispo que durante la persecución de Diocleciano, en 304, ordenó presbíteros y diáconos sin autorización de los demás obispos, por lo cual lo depuso el obispo Pedro de Alejandría, creando un cisma –el cisma de Melicio– que Nicea solucionó.

Es decir, los obispos se ocuparon de asuntos eclesiásticos. Como también de asuntos propios del clero, que debía ser “irreprensible”, dice uno de los cánones, prohibiendo que prestaran dinero a usura, la mutilación voluntaria y la convivencia con mujeres que no fueran la “madre, hermana tía o exclusivamente personas libres de sospecha”, medida esta que hace pensar en que se trataba de grupos de mujeres que tenían responsabilidades en la vida de la comunidad porque no se había establecido entonces el celibato para el clero. Pero no se ocuparon de asuntos respecto a los y las creyentes que no pertenecían al orden clerical.

Pero vayamos por partes

El encuentro con Constantino, el emperador romano, me llevó a reconstruir mentalmente la Oikumene, que era el mundo entonces conocido, pues más allá de sus fronteras –el océano Atlántico y el mar Rojo, el Rin y el desierto del Sahara– estaba un mundo desconocido, habitado por pueblos bárbaros y hacia donde se dirigían las conquistas de los ejércitos romanos con el propósito de acrecentar los dominios del emperador de turno.

Al mismo tiempo me llevó a rescatar en mi memoria el primer capítulo del caminar del cristianismo por la historia, comoquiera que el Imperio Romano fue el primer espacio de difusión de la fe en Jesús de Nazaret, el Cristo, y de resignificación del evangelio, intentando traducir la fe en categorías filosóficas y dando origen a diversas interpretaciones algunas de ellas reconocidas como interpretaciones oficiales y consiguientemente ortodoxas frente a otras calificadas de heterodoxas o herejías.

En este nuevo espacio fue necesario dar una nueva organización a las comunidades de creyentes, que dejaron de reunirse para partir el pan y se apropiaron de nuevas formas de culto, como también se establecieron líneas de autoridad jerárquica tomadas de los modelos políticos de la sociedad romana. Y fue entonces cuando las mujeres, que habían llevado la palabra en el ámbito privado de las comunidades domésticas, debieron callar y fueron marginadas de los espacios cultuales, quedando por fuera de la organización jerárquica

El tercero y cuarto descubrimiento: un concilio político

Recordé, además, la batalla en la que Constantino venció a Majencio en Ponte Milvio (312) porque se había encomendado al Dios cristiano. También recordé su conversión, aunque no se bautizó sino al final de su vida. Y recordé el edicto de Milán (313) por el cual cesaron las persecuciones que durante casi trescientos años habían sufrido las comunidades cristianas.

Lo que me llevó a preguntarme por qué el cristianismo fue el único culto perseguido por las autoridades romanas. No era la única religión que competía con la religión de los dioses del Imperio y no era propiamente una religión, sino un proyecto de vida motivado en el seguimiento de Jesús de Nazaret, a quien reconocían como el enviado de Dios, el Mesías, el Cristo, pero también como el Hijo de Dios. Y a pesar de que diversas tradiciones religiosas coexistían y eran aceptadas en los territorios del Imperio Romano siempre y cuando no afectaran el orden social. Por lo que me inclino a pensar que la persecución estaba dirigida contra unos inmigrantes que no aceptaban las tradiciones religiosas de los romanos, pero es solo una suposición. En todo caso, con Constantino se acabaron las persecuciones.

Sello Concilio De Nicea

Y vine a descubrir –el tercer descubrimiento– que el edicto de Milán no fue el primer decreto sobre libertad religiosa en el territorio romano ni fue Constantino quien la declaró. Fue un mandatum que firmaron Constantino y Licinio, los dos emperadores de Oriente y Occidente, ordenando cumplir el edicto de Galerio (311), ese sí primer edicto de tolerancia religiosa en este periodo de la historia romana, ampliándolo con la restitución de los bienes que habían sido confiscados a las comunidades cristianas. También descubrí –mi cuarto descubrimiento– es que fue un concilio político: que los dos edictos fueron “una medida para utilidad y provecho del Estado”, como lo declaró el edicto de Galerio, utilidad y provecho que, por supuesto, beneficiaba a los obispos, iniciándose entonces una relación de mutuo apoyo entre las autoridades eclesiásticas y las autoridades civiles.

Mi último descubrimiento es que fue el concilio de Constantino

Y ahora sí, el concilio de Nicea, que fue el concilio de Constantino y, para mí, otro descubrimiento. Porque fue el emperador quien lo convocó, lo presidió, aprobó sus resultados, los publicó y se encargó de hacer cumplir en sus territorios las decisiones conciliares.

Pero antes de continuar, tuve que reconstruir los hechos posteriores al edicto de Milán, cuando Constantino derrotó a Licinio, el emperador de Oriente, consagrándose como emperador de Oriente y de Occidente. Y porque su propósito era mantener la unidad política del Imperio, un enfrentamiento en la iglesia de Alejandría entre el obispo Alejandro y el presbítero Arrio era una amenaza a dicha unidad. Por eso decidió intervenir, como lo había hecho en otro enfrentamiento, años atrás, en la iglesia de Cartago, cuando un grupo de obispos, liderado por Donato, desconoció la elección del obispo Ceciliano.

Pero mientras para la iglesia de Cartago o la iglesia de Alejandría, más allá de un conflicto de poderes, lo que estaba en juego eran implicaciones doctrinales, para Constantino, como lo manifestó en su discurso para inaugurar el concilio, “la discordia interna de la Iglesia de Dios es incluso más dolorosa que cualquier guerra o una terrible batalla, y estos asuntos se muestran más penosos que los externos”, por lo cual se proponía “hacer confluir en una sola comprensión consistente las opiniones que todos los pueblos sustentan sobre la divinidad”, escribió el emperador al obispo Alejandro de Alejantría y al presbítero Arrio.

Y para cortar el enfrentamiento, convocó un concilio ecuménico: de todos los obispos de la Oikumene. Según las actas del concilio de Constantinopla, “trescientos dieciocho padres”, casi todos provenientes de las iglesias de Oriente, mientras de Occidente solamente llegaron el obispo Osio de Córdoba, consejero de Constantino y en gran parte artífice del concilio, dos representantes de obispo Silvestre de Roma y tres o cuatro más.

Ahora bien, es de anotar que los concilios de Constantinopla (381), Éfeso (431), Calcedonia (451), II de Constantinopla (533), III de Constantinopla (680-681) y II de Nicea (787), que también fueron ecuménicos, se reunieron en ciudades del entonces Imperio Bizantino y fueron convocados por los emperadores, y algunas emperatrices, como Pulqueria e Irene tuvieron una muy activa participación.

Y continuará…

Como escribí al principio de estas líneas, veo necesario compartir en otro blog otros descubrimientos: cómo eran las iglesias que llegaron a esta reunión de obispos en 325 y cómo salió del concilio la Iglesia de Nicea, la que, según Constantino escribió en su carta a todas las iglesias, “nuestro Salvador quiso que su Iglesia católica fuese única”. Por eso, este blog se continuará en un próximo blog …