Jesús Manuel Ramos
Coordinador de la Dimensión Familia de la Conferencia Episcopal Mexicana

Tejer la confianza


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Cuando conducimos un vehículo y avanzamos sobre un semáforo con luz verde, cuando abordamos un autobús que se dirige a una ciudad lejana, cuando hacemos fila para comprar un ticket de entrada al cine, o incluso cuando visitamos al doctor, estamos respetando ciertas reglas sociales y confiamos en que el resto de la comunidad también lo hace. Me explico: confiamos en que los autos con luz roja se detendrán para dejarnos pasar, confiamos en que las personas que llegarán a comprar tickets se formarán detrás de nosotros, y de la misma manera confiamos en que el médico tratará de curar nuestra enfermedad. Se trata de una red de relaciones sociales tejida en base a la confianza, en la que dependemos los unos de los otros, y los efectos de la falla en esta red de confianza pueden ser de graves consecuencias para muchos.



Gran nivel de confianza depositamos en nuestros líderes religiosos, de quienes esperamos integridad y testimonio. De quienes ocupan una posición de gobierno en la sociedad, esperamos protección, solidaridad y apoyo. De los profesores y formadores, esperamos compromiso, interés y espíritu de servicio. Cuando las acciones y actitudes de las personas no están a la altura de las expectativas que su función social genera, es común sentirnos molestos y decepcionados, el panorama se oscurece en nuestras comunidades y la esperanza se debilita. Ese es el terreno en el que campean la violencia, la delincuencia, los vicios, las extorsiones y la corrupción. En estos escenarios se presentan las noticias más tristes y funestas. De repente nos damos cuenta de que esa delicada red humana de confianzas mutuas se encuentra dañada y seriamente amenazada. Pero más allá de refugiarnos en condenas genéricas, necesitamos entender cuál es el origen y al mismo tiempo la única solución ante estas enfermedades sociales.

En su visita a México en febrero del 2016, el papa Francisco señaló con mucha claridad: “Solo comenzando por las familias;  acercándonos y abrazando la periferia humana y existencial de los territorios desolados de nuestras ciudades; involucrando a las comunidades parroquiales, las escuelas, las instituciones comunitarias, las comunidades políticas, las estructuras de seguridad; sólo así se podrá liberar totalmente de las aguas en las cuales lamentablemente se ahogan tantas vidas, sea la vida de quien muere como víctima, sea la de quien delante de Dios tendrá siempre las manos manchadas de sangre, aunque tenga los bolsillos llenos de dinero sórdido y la conciencia anestesiada”. Por otra parte, el presidente Andrés Manuel López Obrador, este 11 de enero señaló: “No hay que perder de vista que la familia es la institución de seguridad social más importante del país, mantener junta, integrada a la familia es fundamental y el gobierno también tiene que hacer lo suyo”.  Iglesia y gobierno coinciden: la respuesta está en la familia.

Y la familia, ¿Qué opina? Esa familia que ha sido descuidada en sus necesidades básicas, agredida en sus valores y cuestionada en su rol dentro del importante tejido social en el que todos nos encontramos inmersos. ¿Cómo pueden responder las familias cuando ellas mismas están demandando respeto, cercanía y una mirada compasiva?

Recientemente pude apreciar un cuadro de la Sagrada Familia en el que se muestra a María recostada en la cama durmiendo mientras José carga al niño Jesús en sus brazos como para hacerlo dormir. Y reflexionaba en lo singular de la vida de esa familia y particularmente en el generoso “sí” de José y su importante papel, pues él debía mantener a salvo a ese niño de un gobierno que lo perseguía y lo quería muerto. También tendría la tarea de ofrecerle una sólida educación espiritual y en valores a ese niño que biológicamente no era suyo, pero seguramente ya era dueño de su corazón. Y todo ello desde la humildad de un taller de carpintería instalado en Egipto y posteriormente trasladado a Nazareth. Desde esa familia, con sus complicaciones y realidades sociales, se cumple la promesa redentora de Dios. Y entonces pienso que mientras haya una familia que reciba en su seno al Señor Jesús, hay esperanza. No podemos dejarnos intimidar por las situaciones actuales, sino más bien, redoblar nuestros esfuerzos desde nuestras propias trincheras, para que la familia se mantenga en el camino correcto, sea fuente de confianza y cumpla cabalmente con su misión, pues “cada familia, a pesar de su debilidad, puede llegar a ser una luz en la oscuridad del mundo”. (AL 66).