Susúrrame


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Hace un par de días estábamos mi hijo y yo jugando una aventura con sus muñecos. En este caso concreto, una banda de personas-serpiente había secuestrado a un miembro del grupo de amigos. Rescatarlo de su terrible destino era un imperativo. Así que en eso estuvimos empleando nuestro tiempo compartido. Lo que ocurre es que, a estas alturas de mi vida, me cuesta recordar –cada vez más– los nombres de todos y cada uno de los personajes que son importantes para él; por eso, me suele suceder que en mitad del juego me quedo en blanco cuando un personaje quiere decir el nombre de otro. Se produce un breve silencio mientras escarbo en mi memoria en busca del nombre perdido. Pasados unos segundos de infructuoso ejercicio mental, un susurro de mi hijo acude en mi auxilio; me apunta con discreción el nombre que trato de recordar.



Ahora y siempre

Pues sucede que, en aquel rescate del otro día, necesité varias veces de su auxilio memorístico. Entre los personajes que se llaman parecido, los que tienen nombres impronunciables y el resto de muñecos secundarios termino por perderme en un mar de relaciones ficticias que me parece inmenso.

Y aquella aventura me empujó al futuro. No sé si lejano, o siquiera real, pero futuro al fin y al cabo. Me pensé anciano, frágil y abandonado de fuerza física. ¿Cuánto de lo que ahora conozco se habrá secado? En ese momento, si llega, también necesitaré del susurro amigo que me cuente lo que yo ya no sabré.

Pero me sobrevino otro pensamiento más. ¿Será la reconocible voz de mi hijo la que escucharé? ¿O, tal vez, la de una persona extraña?

Jugar niños

La deriva de nuestro modelo social induce a predecir un futuro donde los ancianos no existan. Tan solo quien aparente una eterna juventud será digno de consideración. Lo frágil, lo que huela a decrepitud o desgaste, será desechado. Cabe la plausible duda de si tan solo en el plano intangible de las relaciones sociales o, también, en el terreno de lo físico y material, decretando eutanasia para los cuerpos que no puedan aguantar el frenético ritmo del momento.

Fíjate. Esto mismo salía en el episodio 22 de la temporada 4 de ‘Star Trek TNG’, allá por el año 91 del siglo pasado. Uno de los personajes tenía que regresar a su hogar para morir porque había alcanzado la edad que la sociedad consideraba suficiente. Aunque él no deseaba hacerlo, tenía que respetar a sus seres queridos, que le habían organizado una fiesta de despedida.

Si aquel episodio –que parecía imposible– se convierte en algo real, ¿qué será de mí? ¿Qué será de todos? Cuando la persona que fui sea un recuerdo vago en mi interior, ¿quién me acompañará en ese Gólgota metafórico? Pues ojalá mi hijo –los hijos de muchos– pueda seguir susurrando al oído aquello que ya no seré capaz de recordar. Sin coartar su libertad, sin limitar sus decisiones. Tan solo haciendo vida la cultura del cuidado. Susúrrame, hijo. Ahora y siempre.

PD: Por si te interesa el tema de los cuidados, Rosa Ruiz compartía esto en Twitter: