Sufrimiento


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Sufrimiento es experiencia de daño o malestar, cuando es necesario e inevitable. Los diccionarios suelen equiparar el sufrimiento con el dolor, pero para nosotros esta doble condición, necesaria e inevitable, es indispensable si no queremos invitar ni al masoquismo ni al ultraje.

Tratar de encontrarle sentido al sufrimiento pudiera parecer un contrasentido, especialmente en un mundo poblado de analgésicos, entretenimiento, búsquedas en línea y gratificaciones inmediatas. Aunque desde la salud perfecta y la paz completa la idea del sufrimiento suena ridícula -o al menos innecesaria-, hay muchas situaciones donde la realidad insiste en alcanzarnos, ya sea a través de la enfermedad, la pérdida de un ser querido, la ignorancia o las injusticias colectivas que nos rebasan. Entonces nos preguntamos qué podemos hacer para avanzar con nobleza y no caer en la desesperación.

Cambio desfavorable

La figura muestra cuatro escenarios posibles donde puede ocurrir el daño. Las columnas distinguen lo necesario de lo innecesario y los renglones lo evitable de lo inevitable. Notemos en primer lugar que el espacio privilegiado le corresponde al esfuerzo, no al sufrimiento. Frente a una realidad que cambia desfavorablemente, nos esforzamos para mantener nuestra vitalidad o bienestar. El deportista sabe que hay que fatigarse en el entrenamiento para mejorar o al menos mantener su condición física, tanto como en el mundo natural el depredador se esmera al cazar y su presa se afana en no ser cazada. La salud es la victoria constante de la vida en su esfuerzo por mantenerse a sí misma sin deterioro.

Escenarios del daño. Figura: Ricardo Medina.

Segundo, el sufrimiento tiene sentido en el espacio de un daño necesario e inevitable. En la medida de lo posible el deportista evitará lesionarse. Pero si por cualquier razón se disloca un tobillo, necesitará terapia de rehabilitación si quiere volver a competir. La inevitable terapia duele, pero hay que hacerla y allí reside el sufrimiento físico.  Según sea nuestra parte afectada, el sufrimiento adquiere forma de tratamiento físico, duelo para las pérdidas afectivas, tensión en la búsqueda intelectual o pasión en la realidad espiritual. Así adquiere sentido la frase de Cohen cuando afirma que la suprema dignidad del hombre es el sufrimiento. La rehabilitación nos revitaliza, recorrer el duelo nos sana, esforzarnos por entender nos hace más inteligentes y asumir la pasión nos redime.

El sufrimiento cobra sentido frente a esta realidad de un daño ya materializado y que además es necesario afrontar para salir adelante, pues no hay otras alternativas viables. Ante ello Viktor Frankl (1990) señala que cuando no existe posibilidad de cambiar el destino, entonces es necesario salir a su encuentro con la actitud acertada. Y en ello está el ejercicio dignificante de nuestra libertad, al optar por un bien mayor. Tras su experiencia en Auschwitz, Frankl materializa la figura del “homo patiens”, revestido de valores de actitud respectivos que ahora enumeramos como resistencia al dolor, paciencia, tenacidad y sacrificio, según el malestar sea físico, anímico, intelectual o espiritual.

El homo patiens es escandaloso no solamente para quien pretende vivir en una cultura infantilizada que se apoya en hedonismo, trivialidad, intolerancia a la frustración o individualismo. También nos pone en alerta porque hay quienes confunden esfuerzo con masoquismo y sufrimiento con aceptación del ultraje. La clave para evitar estas dos trampas está en distinguir si el daño es necesario o innecesario.

Malestar innecesario

Asumir un malestar innecesario y a la vez evitable es masoquismo, y en especial es masoquismo ético. Esta práctica lleva a optar por daño personal en lo físico, anímico, intelectual o espiritual sin hacerle frente, tratando de beneficiarse con ello. Sin embargo, esta auto victimización que alberga apegos y genera ganancias secundarias en captación de atención y chantaje, provoca a la larga la degradación propia. Afortunadamente, estamos cada vez alertas frente a las lesiones auto infringidas, la auto lástima, los pensamientos tóxicos y las espiritualidades destructivas en lo personal. Sabemos pues, que hacernos la víctima cuando el malestar era innecesario solo provoca una infelicidad innoble que no es, como algunos sostenían, una noble desdicha. Sin embargo, en la auto victimización colectiva, tenemos todavía mucho camino por recorrer.

Finalmente, el ultraje es daño inevitable y además innecesario. Quien infringe daño de este modo combina lo peor del sadismo y la injusticia para encarnar la vileza. Al encajonar a otros entre males se ofende la solidaridad y al practicarlo por decisión propia se desprecia la dignidad humana. Las víctimas ultrajadas suelen quedar afectadas de por vida. Si anteriormente el malestar necesario-inevitable era explicable en el sufrimiento, el ultraje carece de cualquier tipo de sentido. Con el ultraje no se coopera. El ultraje no se tolera, no se encubre, y mucho menos se reviste de sacrificio.

Por eso, de la mano de la misericordia a las víctimas, colaboramos en recuperar la justicia social que todos nos merecemos. Trabajamos en recuperar nuestros espacios, para que nuestras naciones no devoren más a sus hombres, ni dejen sin hijos a sus propios pueblos (Ez 36, 13-15). Pues en un mundo impredecible, quizá el sufrimiento sea inevitable, pero el ultraje es siempre opcional.

Referencia:  Frankl, V. (1990) Ante el vacío existencial. Barcelona: Herder