Fernando Vidal
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

Sopa de hojas en Yemen


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El Programa Mundial de Alimentos de la ONU informó por Twitter el 30 de enero de 2022 que la hambruna ha llegado a tal punto en la población yemení azotada por la guerra, que las familias se han visto obligadas a comer hojas de los árboles. “Las familias de las zonas más afectadas de Yemen, como Hajjah [en el noroeste], están tomando medidas desesperadas, como comer hojas, para sobrevivir”, dice el tuit que ha difundido la ONU. No es la primera vez que lo hacen (Symington, 2021), es una práctica de supervivencia a la que han tenido que recurrir a lo largo de tantos años de catástrofe.



Los datos recientes apuntan a que ya son dieciséis millones los yemeníes que se hallan en hambre extrema, en una guerra que ya se prolonga desde 2014. Se estima que en estos años diez mil niños han fallecido víctimas del conflicto, según un informe del Consejo de Seguridad de la ONU (AsiaNews, 2022).

Folívoros

Cuando el ser humano se ve sometido a las peores prisiones, aparecen hechos insólitos que no nos hablan de esa persona en ese instante, sino que refleja el conjunto de la catástrofe que está rompiendo la dignidad de la persona. En guerras y otros desastres, sabemos de episodios donde la gente se ve obligada a comer ratas, cuero y hasta libros. En este caso son las hojas de arbustos y árboles. Desde el punto de vista del hambriento nos arrastra a la piedad. Si lo miramos desde la perspectiva de la guerra y sus señores, sabemos mejor que están dispuestos a devorarlo todo, no solamente las vidas de soldados y civiles, sino cualquier atisbo de vida ‘viva o muerta’.

En la fotografía difundida por la ONU, un señor está en cuclillas sobre la tierra desnuda, cociendo hojas en una cazuela elevada sobre unas piedras que protegen el fuego. A su lado, una bolsa de plástico blanco contiene unos cuantos puñados de hojas cortadas. Otras flotan en el agua esperando que hierva.

El duro realismo de comerse hojas contrasta con la irrealidad de tantos artificios que se multiplican en nuestro mundo. Comer hojas parece retrotraernos a los orígenes del ser humano, cuando peregrinaba por la tierra buscándose la vida y buscando la vida. Hay instantes últimos –donde se pone en juego la supervivencia, donde llegamos al borde de la muerte, donde nos encontramos con el asombro del otro– que nos comunican con la cruda realidad y materialidad de lo que somos. Y esa realidad nadie la puede devorar.

Se llama ‘folívoros’ a los animales que principalmente comen hojas. Imagino a la gente sin nada que comprar y sin nada con qué comprar, que salen a las calles con los brazos tendidos, deambulan por las afueras de las aldeas viendo por el suelo alguna pista que delate un lagarto, una serpiente o un roedor, pero todos hace ya tiempo que han sido cazados. Mira al cielo buscando pajarillos, pero tampoco han aguantado el hambre de los hombres. Mira el árbol, se acerca, y el hambre le obliga a arrancar las hojas para comérselas. La Tierra siente más piedad por nosotros que el hombre por el hombre. Parece que se deje comer hasta su última brizna. Quizás así fueron las primeras comidas de Adán y Eva al salir al Valle de Lágrimas, donde tenían que cocer hojas de los árboles en sus propias lágrimas. Es como comerse el mundo, tirarse al suelo y devorar los terrores y piedras, cocer agua con una piedra.

Sopa de piedra

Cocer hojas recuerda aquella fábula de jesuitas que se llamaba ‘Sopa de piedra’ y publicó en 1720 la periodista francesa Anne-Marguerite de Noyer. La fábula relata originalmente cómo dos jesuitas llegan con hambre a una aldea normanda. Su idea no es que les den de comer, sino reunir a todos para compartir una comida con ellos, pero saben lo difícil que es.

Deciden no pedir alimentos, hacer exhortaciones en la plaza ni que les den de comer, sino que, simplemente piden a unos niños una cazuela. Toman entonces agua de la fuente, encienden un fuego, toman cualquier piedra del suelo y la ponen a hervir. A quien los ve, le explican que están haciendo una suculenta sopa de piedra. La curiosidad hace que primero se interesen los niños, pero luego los adultos también se van acercando y ellos no cesan de alabar las excelentes propiedades gastronómicas de las piedras de aquel lugar. Lo único que le faltaría a esa deliciosa piedra, explican a unos y otros, sería una pizca de sal, algunas especias para darle más sabor, unas verduritas para el cocido, quizás algo de matanza y carne para resaltar la textura y el gusto tal roca, un buen vino para maridar, pan para mojar, queso y patés para contrastar.

Ayuda. Comedores sociales

De ese modo la gente fue trayendo con creciente curiosidad unos y otros acompañamientos, mientras la piedra seguía calentándose al fondo de la cazuela. Cada vez más personas traían más cosas, lo mejor que tenían en casa, algunas para cocinar como guarnición y otras eran viandas para la mesa o picar mientras esperaban que la piedra estuviera en su punto. Pusieron mesas, extendieron su mejor mantelería, sacaron los cubiertos valiosos y se vistieron como los días de fiesta en honor a aquella maravillosa sopa de piedra.

De ese modo, finalmente todo el pueblo acabó comiendo juntos de todo lo que habían traído mientras la piedra reposaba en medio de todos ellos esperando a otro día para ser comida. Las piedras están mucho mejor el día después a cualquier comida. Toda fábula tiene moralejas, como la sopa de hojas de la familia yemení.

Sopa de hojas

La fotografía de la ONU tiene algo de la fábula de la sopa de piedra, atrae nuestra atención sobre el drama humanitario que se está llevando tantas vidas en Yemen ante los ojos de la humanidad, que no se detiene ni siquiera a mirar. Como aquellos dos jesuitas, la sopa de hojas es capaz de atraer nuestra mirada extrañada, suscitar nuestra compasión, insta al interés, quizás incluso nos inquiete el compromiso. Es difícil intervenir como ciudadano europeo en un conflicto como el de Yemen, pero el mínimo es mirar, no retirar la mirada, no embebernos en nuestras tareas, sino que, como la piedra cociéndose en el fondo de la cazuela, no retiremos la mirada y pongamos en ella lo que tengamos a mano y entre manos.

Referencias

  • AsiaNews (2022). ONU: azotados por el hambre, los yemeníes comen hojas para sobrevivir. AsiaNews, 31 de enero de 2022.
  • Symington, Annabel (2021). Famine-like conditions in Yemen force families to eat tree leaves. Reliefweb, 16 de septiembre de 2021.