Sinodalidad: Escucha, conversión y esperanza desde las periferias


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Hace unos días, mientras caminaba por la exposición First Peoples (pueblos originarios) en el Museo de Melbourne, sentí una profunda reverencia y, al mismo tiempo, incomodidad. Ese espacio guarda las voces de algunas de las culturas vivas más antiguas del mundo, cuya sabiduría y conexión con la tierra han perdurado por miles de años.



También revela la dolorosa verdad del encuentro, que experimenté con fuerza al escuchar y ver los testimonios: no de armonía, sino de ruptura y pérdida. Sin embargo, lo que más me conmovió fue la fortaleza que brota de las historias de esperanza, compartidas desde una escucha profunda. Ancianos y jóvenes hablando no solo de sobrevivir, sino de orgullo cultural, de memoria y de futuro. En ese lugar, confirmé lo que la Iglesia está llamada a ser: una comunidad que escucha de verdad, que camina al lado, que reconoce las heridas sin apresurarse a curarlas, y que honra cada cultura como un don. Este es el corazón del camino sinodal: una travesía de humildad y de encuentro.

Las voces que escuché en la exposición First Peoples me devolvieron a tantos momentos compartidos con comunidades en la Amazonía, con historias marcadas por la profundidad, la belleza, la resistencia y el dolor. Al escuchar aquí, en Australia, comprendí nuevamente que el camino sinodal no es algo abstracto. Se trata de caminar con respeto, al ritmo de la canoa, habitando las tensiones con el corazón abierto. Australia me ofreció un testimonio hermoso e inacabado, donde heridas profundas conviven con el coraje de construir nuevas relaciones.

También, en el Museo de las Migraciones me detuve frente a historias de quienes lo dejaron todo en busca de un lugar al cual pertenecer. Eso me ayudó a entender que la sinodalidad también es esto: sostener la memoria del dolor y el deseo de construir algo más humano en un mundo roto, donde la guerra, la ruptura y el genocidio siguen existiendo.

Aquí comparto una oración que expresa la verdadera definición de sinodalidad; no se trata de procedimientos mecánicos ni de cumplir protocolos, sino de CONVERSIÓN:
“Por (quienes participan en el camino sinodal), pedimos al Espíritu Santo, ante todo, el don de la escucha: escuchar a Dios, para que con Él podamos escuchar el clamor del pueblo; escuchar al pueblo hasta respirar el deseo al que Dios nos llama” (Episcopalis Communio).

  1. Escuchar es un don, una gracia de Dios.
  2. Escuchar no es un ejercicio autónomo. Es un proceso para reconocer a Dios en el centro y reconocernos como co-creadores del Reino.
  3. Es también un llamado a reconocer el Sensus Fidei a través de las vidas concretas del pueblo, donde debemos descubrir y discernir, como comunidad, la voluntad de Dios.

Cuando camino junto a los pueblos de la Amazonía, llevo en la memoria un territorio vivo y sagrado: herido, pero lleno de vida. La Amazonía es mucho más que bosques y ríos. Es un bioma que respira a través de su rica biodiversidad, de su profundidad cultural y de las voces de cientos de pueblos indígenas. Con frecuencia se la representa falsamente como “vacía”, pero es hogar de más de 43 millones de personas, cerca de 3 millones de ellas pertenecientes a comunidades indígenas y tradicionales. Son casi 400 naciones distintas, que hablan más de 240 lenguas. Alrededor de 100 grupos en aislamiento voluntario preservan, en silencio, el misterio y la dignidad de otros modos de vida.

Este territorio sostiene al planeta de muchas maneras. Aquí se encuentra un tercio de la biodiversidad mundial y de los bosques primarios. Produce el 20% del agua dulce no congelada de la Tierra —uno de cada cinco vasos de agua que bebemos. La Amazonía sigue siendo un pulmón vital del planeta, como lo expresa el Papa Francisco en Laudato Si’. Y, sin embargo, hoy este sistema vivo está en crisis y bajo amenaza. Ya se ha perdido el 17% del bosque primario. Si llegamos al 25%, cruzaremos un punto de no retorno, y la Amazonía se convertirá en sabana, alterando el clima global y extinguiendo culturas y ecosistemas.

Amazonia Mauricio Lopez

Este colapso es impulsado por un modelo devorador de desarrollo que ve a la Amazonía como una reserva infinita de extracción. Monocultivos, ganadería a gran escala, explotación petrolera y minera, y biopiratería están destruyendo vidas y tierras. Esto trae consigo desplazamientos forzados, criminalización y asesinatos de líderes indígenas. La Amazonía sangra —ecológica, cultural y espiritualmente.

Y, aun así, desde este dolor surge la esperanza. La Iglesia, después de pedir perdón por su papel en la colonización, reconoce hoy la Amazonía como un locus theologicus —un lugar sagrado donde Dios habla a través de la creación y de sus pueblos. El llamado del Papa Francisco al Sínodo para la Amazonía no fue solo para la región, sino para toda la Iglesia. Marcó un punto de inflexión: escuchar a las periferias para discernir nuevos caminos para la Iglesia y para la ecología integral.

El proceso sinodal fue histórico. Participaron más de 87,000 personas, incluidas muchas comunidades indígenas. Este discernimiento colectivo modeló a la Iglesia de nuevas maneras y anticipó el Sínodo sobre la Sinodalidad —resonando con el propio Concilio Plenario de Australia. Desde los márgenes, la Iglesia está siendo renovada.

Este camino continúa. Estructuras como la Conferencia Eclesial de la Amazonía son signos vivos de esta nueva senda. Sirvo como uno de sus vicepresidentas siendo laico, junto con dos mujeres indígenas, un sacerdote y un cardenal como presidente. CEAMA abre nuevas posibilidades de liderazgo, de gobernanza y de interculturalidad. También caminamos hacia un rito amazónico y hacia una reimaginación del ministerio desde un enfoque intercultural.

Además, se me confió la “loca” tarea de liderar el proceso para construir el Programa Universitario Amazónico. Este lleva educación superior intercultural y acreditada directamente a las comunidades —a través de facilitadores locales y un aprendizaje híbrido. Responde a más de una década de escucha y crea un acceso real sin desarraigar a las personas de su tierra. No es solo educación: es dignidad. Es un camino posible de encuentro, de co-creación y de esperanza.

Al estar aquí —en el marco de la fiesta de San Ignacio, en el Newman College— llevo dos anclas profundas: la visión de Newman sobre la educación como búsqueda de la verdad con integridad, y la espiritualidad encarnada de Ignacio, que encuentra a Dios en la historia, en el territorio y en el encuentro. Soy católico… pero con un GPS ignaciano que —como toda tecnología— a veces falla o necesita recalibrarse. PUAM es nuestro humilde esfuerzo de caminar junto a las comunidades amazónicas, escuchando y aprendiendo entre culturas. Sabemos que tenemos un gran desafío por delante, pero venimos buscando compañeros de camino, sabiduría compartida, apoyo e intercambio continuo —porque la unidad en la diversidad no es un eslogan: es nuestra única esperanza real, como Australia nos sigue mostrando.

Un último extracto de dos poemas de James McAuley:
Verbo encarnado, en quien vive toda la naturaleza. Lanza fuego sobre la tierra. Pon estanques de silencio en esta tierra sedienta… Deshaz las redes del pasado y del futuro. Haz de nuestras vidas una aventura. Abandona en el lago nuestras barcas, nuestras redes, nuestro todo, para que soñemos con sumergirnos y despertemos en un nuevo cauce.


Por Mauricio López Oropeza. Director-fundador del Programa Universitario Amazónico – PUAM