Estados Unidos ha iniciado abruptamente su declive como líder cultural y moral del mundo, y está en claro peligro que siga siendo su mayor democracia. Trump se ha proclamado nuevo padre fundador –al presumir que es el presidente más importante en la historia del país–, denominando el nuevo régimen político que comienza como la “Nueva Era”. Así se llama también el pacto ruso-chino de enero de 2023. Hay voluntad de derivar hacia un régimen posliberal y cerrar la modernidad en favor de otra edad distinta.
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Si la modernidad es un movimiento integrador –bajo formas de universalización, igualdad, inclusión, democracia, libertad o racionalidad–, obviamente ha acabado una fase de la modernidad y puede que la propia modernidad. La nueva edad que se abre se debe al socavamiento de la ontología y la conexión con la realidad. El construccionismo y el relativismo no han llevado a la libertad, sino finalmente a que el fundamentalismo se haga con la mayor parte del poder mundial. El fundamentalismo es superficial y relativista porque no eleva el poder de la verdad, sino su verdad de su poder.
Las principales instituciones de la verdad están en claro declive: se resta libertad a los tribunales, las universidades y ciencias se mercantilizan, se prohíben libros y disciplinas científicas, se pretende condicionar fanáticamente a las religiones, se intenta acabar con la prensa tradicional, las identidades se vuelven neuróticas, se boicotean las instituciones internacionales que objetivan el desarrollo…
El papel del cristianismo
Dejamos atrás la modernidad y entramos en la “Edad del Ser”, porque lo sustancial ya no es la integración (moderna) ni la rehumanización (posmoderna, después de la II Guerra Mundial), sino discernir personal y públicamente qué es real, qué es verdad y qué es humano. El papel del cristianismo es crucial. Ser o no ser, esa es la cuestión.