Semana Santa en el hospital


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La Semana Santa de este año conlleva un par de festivos entre semana (Jueves y Viernes Santo) y, en algunas comunidades autónomas, también el lunes de Resurrección. En resumen, varios días con plantillas incompletas, con los hospitales funcionando sólo para las urgencias y emergencias. Como la enfermedad no entiende de festivos, continúan los ingresos, con un escenario complicado en la mayoría de hospitales. Los períodos de vacaciones son buenos para el personal sanitario, pero no para los pacientes.



Recorrer el camino del Calvario

Desde un hospital puede hacerse una cierta lectura teológica al hilo de los acontecimientos que conmemoramos. Por ejemplo, pensar que a no pocas familias les toca estos días recorrer el camino del Calvario, quizás acompañando a familiares enfermos. En vez de distraerse y descansar, ver procesiones y reencontrarse con familia y amigos, toca ser un cireneo que ayuda a llevar una cruz que resulta muy penosa.

Estos días podemos rezar por los moribundos, por quienes afrontan durante esta semana sus últimos días. En el mejor de los casos, acompañados por familiares. En otros, en triste soledad, más en estas fechas y cuando se está enfermo. Enfermedad y soledad forman siempre una mala combinación.

También podemos rezar por todas aquellas personas que, en nuestro mundo, sufren, como Jesús, una muerte violenta. Quienes viven en zonas de guerra, que sufren persecución. En cierto modo, estaremos así en contemplación, acompañando al crucificado que se refleja en los crucificados de este mundo actual.

Encuentro con el Resucitado

Podemos darnos cuenta de que la cruz que le ponen a Jesús es la consecuencia de una práctica liberadora, cuya clave de lectura es la lucha contra el sufrimiento en la sociedad en que vivió. La muerte violenta de Jesús se explica desde su vida. El relato de Marcos, en cierto modo inconcluso y con un final abierto, indica el camino: el encuentro con Jesús resucitado tendrá lugar en Galilea, donde todo comenzó. En la medida en que se pro-siga ese camino, ocurrirá el encuentro. La vida del cristiano es, pues, un pro-seguimiento del camino de conflicto que recorrió Jesús. No en abstracto, en solidaridad ingenua con los distantes, sino en nuestra vida de cada día, la vida real, hoy y aquí, en nuestro medio, con nuestros prójimos concretos. Con aciertos y errores, asumiendo nuestras limitaciones.

Las vivencias de estos días –sean de salud o enfermedad, de descanso o actividad, de gozos o tristezas– nos conducen a la solidaridad con los crucificados concretos de nuestro mundo cercano. A nuestro lado hay hambrientos, sedientos, desnudos, presos, enfermos a los que acompañar, con los que padecer (com-padecer), a los que ayudar. Oigamos su llamada como el grito de Jesús desde la cruz.

Todo ello, con la esperanza puesta en la resurrección, aunque ignoremos en qué pueda consistir. Como cristianos, no creemos en la muerte sin resurrección, y confiamos en que la muerte no tendrá la última palabra. Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos, y por este país.

Hospital Puerta