¿Se puede representar a Dios?


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Hace tiempo saltaba a los medios la noticia de que una anciana llevaba años rezando a una figurita de ‘El Señor de los anillos’. Al parecer, la anciana estaba convencida de que la figura correspondía a san Antonio y no al elfo Elrond, como era en realidad.



El asunto de las imágenes tiene una trayectoria larga. En la Escritura encontramos uno de los mandamientos del Decálogo que prohíbe explícitamente hacerse imágenes: “No te fabricarás ídolos ni figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra, o en el agua debajo de la tierra” (Ex 20,4). Se sobreentiende que esas imágenes eran utilizadas para ser veneradas, como se desprende de la continuación del texto: “No te postrarás ante ellos ni les darás culto; porque yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso” (v. 5).

El aniconismo

Es común hablar del aniconismo –negación de las imágenes– en el judaísmo. Sin embargo, la cuestión no es tan sencilla. De hecho, hay muchos autores que consideran que en el antiguo Israel hubo representaciones del mismo Yahvé, su Dios nacional. Incluso hablan de su ‘Aserá’, la “esposa” del Dios, también con su correspondiente imagen. Es verdad que, pasado el tiempo, se impuso la idea de que no solo Dios era único y, por tanto, universal, sino que ninguna imagen podía representarlo. De esta época provendría el mandamiento del Decálogo, introducido después en la etapa fundacional de Israel, que es la de la alianza en el Sinaí. En todo caso, hay que pensar que aquellos israelitas que veneraron la estatua de Yahvé –si es que realmente existió– sabían distinguir perfectamente entre la imagen material y el verdadero Dios.

No obstante, y sin llegar a tanto, lo cierto es que en la Escritura se “representa” a Dios con muchas imágenes. Porque, ¿no es eso acaso una “imagen” cuando se dice que Dios es un pastor, un guerrero, un padre, etc.? En realidad, no podemos dejar de “imaginarnos” a Dios, es decir, de representarlo con “imágenes”, aunque estas sean mentales. De hecho, ya en la primera página de la Biblia se dice que nosotros, los seres humanos, somos imagen de Dios. Así, cada uno de nuestros semejantes debería remitirnos a él, porque es su imagen.