¿Se puede doblegar una curva?


Compartir

Hay una expresión que se nos ha hecho ya familiar, porque la pronunciamos todos: ‘Doblegar la curva’. Sin embargo, si la miramos con cierto detenimiento, se comprueba que en sí es una expresión un tanto absurda. Porque, ¿puede haber una curva que no está ya “doblegada”, es decir, “curvada”? Lo que habría que doblegar es una línea más o menos recta, o con variaciones en forma de dientes de sierra, que va ascendiendo conforme a un determinado ángulo. Independientemente del nivel de su absurdez, lo que sí ha conseguido esa expresión es hacerme pensar en algunas otras de la Biblia que, literalmente, también resultan “absurdas” o imposibles.



Una de ellas es la que me parece que ya he mencionado en alguna ocasión en este mismo espacio: la descripción de la teofanía de Elías en el Horeb (1 Re 19,9-14). Como se recordará, después del paso del huracán, del terremoto y del fuego, el profeta descubre la presencia de Dios en el “susurro de una brisa suave”; el texto hebreo dice literalmente: en una “suave voz de silencio”, constituyendo así un magnífico oxímoron.

Otros oxímoron

En esta categoría de expresiones imposibles, por contradictorias, también podríamos incluir lo que escribe Pablo a los cristianos de Corinto: “Pues los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero, para los llamados –judíos o griegos–, un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres” (1 Cor 1,22-25). Aquí tenemos otra especie de oxímoron, donde lo aparentemente fuerte resulta débil, y lo necio, sabio.

En realidad, el propio concepto cristiano de encarnación resulta, en último término, un profundo y expresivo oxímoron, porque a lo que apunta es al descubrimiento de Dios en la historia humana. Por eso sigue resultando conmovedor que, como dice san Lucas, el Salvador, el Mesías y el Señor sea un niño recién nacido acostado en un pesebre (cf. Lc 2,11-17).