José Beltrán, director de Vida Nueva
Director de Vida Nueva

Resolver las papeletas


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JUEVES. Almuerzo en casa de Duerto. Reencuentro con Carmen Rosa y Rigalt. Carmen Rigalt. Doblemente negrita. El corazón le pegó un susto hace año y medio. Amenazó con pararse. Pero no estaba dispuesta a dejarse frenar. La veo como si nada, aunque ella lo haya pasado casi todo en este trance. Porque, en plena recuperación, se reúne con un ‘alguien’ que le verbaliza trastabillado que ya no se cuenta con las teclas de su ordenador.



Motivo para dejar de respirar. Pero a ella no se le viene el mundo encima. Aunque la hayan apeado de él. Como si no hubiera otros planetas donde escribir. Cuando se tiene firma mordaz, cabeza amueblada y sano corazón. Ese que no se puede controlar en el electrocardiograma. Alguien no lo tiene. A Rigalt le desborda.

VIERNES. Ignacio habla del Congreso de Laicos. “Escucho tanto hablar de mutuas relaciones entre clero y religiosos, y nadie habla de la urgencia de mutuas relaciones entre el laicado y todos ellos. No acabamos de tener el mismo idioma”. Moción aprobada.

SÁBADO. Catedral de Toledo. Toma de posesión de Francisco Cerro. Cuando la música envuelve, adentra en el Misterio y no hace falta más.

DOMINGO. Vuelvo a casa. Dudo de mi contribución al bien común por la vía de la ‘manifa’. Para estar en la frontera, hay que saber estar.

MARTES. Omella y Osoro, elegidos. ¿El empuje necesario para un viaje papal a España? Es la pregunta que pulula. Hay quien ya lo da por hecho. De nuevo, la mirada puesta en el Xacobeo compostelano y en el jubileo ignaciano en 2021. Bergoglio dejó caer una cláusula: “Cuando haya paz”. ¿Necesaria y suficiente?

MIÉRCOLES. “¡Que lo arregle Romanones!”. A Tarancón se le escapaba el mandato cuando se avecinaba tormenta y tenía que echar mano de Antonio Montero para que le solucionara las papeletas que solo podía entregar en sus manos, porque sabía que estarían a buen recaudo. En esta Plenaria no han faltado otros Romanones. Y otras papeletas. Las que había que animar para que miraran sin recelo ni temor a Madrid, a Barcelona y a Roma. No hizo falta que les llamara nadie para ejercer la encomienda que les viene dada por su sentido del servicio. Ni jefes de campaña ni sobres que indicaran a quién votar y cómo.

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