La respuesta a la identidad personal debiera ser una búsqueda espiritual constante, un proceso de trenzar los hilos de nuestra originalidad y misión de vida, para que esa misión sea un aporte a la comunidad y no un simple pasar por la vida.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Sin embargo, el estilo de vida moderno —higiénico, acelerado, clonado, consumista, desechable y desvinculado de nosotros mismos, de los demás, del entorno y de Dios, que habita en todos ellos— dificulta esta tarea. Nos pone en riesgo de deshumanizarnos, de olvidarnos de lo que realmente somos.
Cuidado amoroso
Un camino de retorno a nuestra esencia puede comenzar con la revaloración y el cuidado amoroso de los rostros que nos acompañan, de las historias que nos constituyen, de las palabras que nos conforman, de las comidas que nos nutren, de la creación que nos abraza, de las tradiciones que nos preceden, de la geografía que nos sostiene, de la flora y fauna que nos acompañan y de la fe que nos da esperanza.
Somos, en efecto, ese complejo tramado de vivencias, personas, lugares, ideas y objetos que se han ido sumando en nuestra biografía nacional, social, familiar y personal, de un modo único, de acuerdo con el momento, la posición y la sensibilidad de cada cual. Nadie más en la historia de la humanidad ha vivido lo mismo, aunque otro haya estado en las mismas circunstancias. Su espíritu, mente, corazón y cuerpo las absorbieron y digirieron con su propio “metabolismo” vital.
Un gran caleidoscopio
Somos nuestros sabores, olores, alimentos, flores, películas, palabras, plazas, escuelas, colores, cielos, anécdotas, libros, fonemas, canciones, personajes, calles, líderes, criminales, santos y pecadores. Somos nuestras oraciones, devociones, bellezas y horrores. Somos nuestros paisajes, castillos, ríos y callejones. Somos nuestros animales, insectos y roedores. Somos un caleidoscopio de múltiples tonalidades que se han construido a partir de nuestras propias piedras, gemas, joyas y carbones.
Al movernos y viajar por otros lugares, adquirimos nuevos matices, pero sigue primando nuestra base, de donde surge la añoranza de “hogar” y la oportunidad de redescubrir lo valiosos que somos y el aporte único que debemos realizar. Un español de Bilbao no se debe comparar con uno de Madrid; ni un español con un chileno; ni un chileno con un japonés. Todos somos únicos por poseer una identidad, un terruño, ese amasijo de “hilos” que componen nuestra historia y nuestro ser.
El lado oscuro de la globalización
Los peligros radican en el desconocimiento de estos hilos, en la comparación odiosa que nos hace querer ser otra cosa, o en la uniformidad. Es el lado oscuro de la globalización, propia tanto del capitalismo como del comunismo, que hoy dominan el mundo y arrasan con la identidad de las naciones, las personas, su alma y su aporte único a la totalidad, y, por ende, a su plenitud y felicidad. Corremos el riesgo de convertirnos en meros consumidores, en masa de unos pocos que lideran la humanidad para su propio beneficio, perdiéndonos el cielo que podemos construir aquí, en la tierra.
Para acercarnos a este propósito de ser otros Cristo de regreso a la “Casa del Padre”, podría ser útil reflexionar sobre lo que más extrañamos de nuestro “hogar” cuando estamos lejos. ¿Qué es lo que más añoramos de los seres queridos que no vemos? ¿Qué imágenes atesoramos con más cariño? ¿Qué sabores, comidas y experiencias nos gustaría volver a disfrutar? ¿Qué palabras e ideas nos brindan consuelo y esperanza? ¿Qué ritos y celebraciones nos traen paz? ¿Qué oraciones y devociones nos reconcilian con nuestra esencia?
Somos seres espirituales
Reconociendo y valorando todos esos “hilos”, podremos volver a trenzar nuestra identidad, amar lo que somos y ponernos al servicio de la comunidad.
Somos seres espirituales encarnados en una realidad concreta que debemos conocer y cuidar. Dios nos regaló la vida para amar y servir, de acuerdo con nuestra belleza particular, y nos pide administrar sabiamente la tensión actual para no olvidarnos de quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos.