¿Qué valor puede tener hoy la ley del talión?


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Una reciente serie de televisión israelí, ‘Our boys’ (‘Nuestros chicos’) (2019), cuenta un terrible suceso que tuvo lugar en 2014 en Jerusalén. Tres jóvenes israelíes, entre 16 y 19 años, estudiantes en una ‘yeshivá’ –una escuela rabínica–, fueron secuestrados y, tras 18 días de cautiverio, aparecieron muertos a las afueras de Hebrón. Entre otras violencias que se sucedieron, un muchacho palestino fue asesinado por colonos judíos cuando se dirigía a una mezquita.



A propósito de esta serie televisiva –y, por extensión, del luctuoso suceso de 2014–, algunos se han acordado de la famosa expresión bíblica: “Ojo por ojo, diente por diente”. Naturalmente, el “ojo por ojo” es uno de los elementos que aparecen en la conocida como “ley del talión” (por aquello de que a “tal” daño, “tal” pena), que forma parte del llamado Código de la Alianza (Ex 20,22-23,33): “… si hay lesiones, pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, cardenal por cardenal” (Ex 21,23-25).

Si hiciéramos una pequeña encuesta sobre esta ley, estoy seguro de que la inmensa mayoría manifestaría un claro desacuerdo con ella, pensando que estamos ante una legislación bárbara. Sin embargo, una consideración más detenida quizá nos haga ver las cosas de otra manera.

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En su origen, la ley del talión surge precisamente para poner coto a la venganza. Esa venganza desmedida que aparece, por ejemplo, en las primeras páginas del Génesis, cuando Lámec, el quinto descendiente de Caín, dice a sus mujeres: “A un hombre he matado por herirme, y a un joven por golpearme. Caín será vengado siete veces, y Lámec, setenta y siete [o setenta veces siete]” (Gn 4,23-24). Por cierto, este pasaje es al que se alude en aquel otro de los evangelios, cuando Pedro pregunta a Jesús cuántas veces hay que perdonar: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mt 18,22).

Aunque parezca algo salvaje, y sin entrar en otras consideraciones más elevadas, el hecho de mandar que se pague un ojo por otro ojo –y no una muerte por una herida– supone un gran avance en humanidad.