Que me sepa comprometer


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Hijo, te observo y me preguntó qué será de ti.

Si cuando crezcas seguirás siendo el niño al que yo aspiro en transformarme.

Si el camino que decidas andar se parecerá al que yo te mostré.



Si serás preso de tu cabeza como a mí me pasó o te habrás podido liberar a tiempo.

Si conocerás el amor y sus infinitas manifestaciones o el odio y el mercantilismo se apoderarán de tu corazón.

Si nos podremos mirar a los ojos, siendo adultos los dos, para reconocernos como individuos libres o la muerte nos llevará antes y tendremos que esperar para hacerlo a estar los dos del otro lado.

Si el trabajo te alcanzará para vivir, vivirás para trabajar o siquiera si podrás aspirar a un empleo.

Si conocerás un futuro sin Covid-19 o si será la excusa para que quien oprime con yugos pesados perpetúe su propia posición, excluyendo y generando barreras.

Si te reconoceré como sangre de mi sangre o te perderás en una amalgama de pensamientos difusos dentro de mi cabeza.

Si reconocerás en Jesús de Nazaret al Cristo de Dios o habré errado en imbuir nuestra relación de las semillas del Reino.

Son tiempos tristes, como siempre han sido. Y a ti te tocará vivir los tuyos.

Abro la Biblia y leo el libro de la Sabiduría. En el capítulo 7, su versículo número 16 dice: “Estamos en las manos de Dios, nosotros, nuestras palabras, nuestras reflexiones y nuestras habilidades”.

Tiempos tristes

Son tiempos tristes, como siempre han sido, pero están preñados de la esperanza de la Salvación. Y a ti te tocará contribuir a que dicha Salvación se materialice en la piel de tus prójimas y en la tuya propia.

Así que ahora te vuelvo a observar, hijo mío, y me pregunto de nuevo –no lo puedo evitar–; pero escucho al mismo tiempo el soplo de la Vida susurrándome al oído que sigamos profesando nuestra esperanza sin que nada nos pueda conmover, ya que es digno de confianza aquel que se comprometió (Hb 10, 23).

Que me sepa comprometer, Padre, para que la tristeza de cada tiempo no ahogue tu grito de Amor, la Palabra que ilumina mi mirada.

Que me sepa comprometer, hijo, para que el peso de cada día no te aplaste el futuro.