Redactor de Vida Nueva Digital y de la revista Vida Nueva

¿Qué hace un Papa en Malta?


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El papa Francisco ha visitado la isla de Malta durante este fin de semana. Un viaje que cuando se programó en el año 2020 podría haber sido, antes de que llegara la pandemia, una llamada de atención a la cuestión migratoria que encuentra en el Mar Mediterráneo nuevas odiseas de puertos lejanos y posadas cerradas. La reciente guerra en Ucrania no ha pagado la llama del papa a la acogida europea a quienes vienen no solo de Oriente, sino también del sur.



La rosa de los vientos

Las autoridades y la sociedad civil han sido uno de los primeros destinatarios del mensaje de Francisco. En un encuentro en la sala del Consejo Supremo del Palacio del Gran Maestre, en La Valeta, el pontífice destacó que “por su posición, Malta puede ser definida el corazón del Mediterráneo”. Una “rosa de los vientos” en la que confluye “la expansión de la emergencia migratoria exige respuestas amplias y compartidas”. Por ello, “no pueden cargar con todo el problema sólo algunos países, mientras otros permanecen indiferentes”, mientras que “países civilizados no pueden sancionar por interés propio acuerdos turbios con delincuentes que esclavizan a las personas”, reclamó. “El Mediterráneo necesita la corresponsabilidad europea, para convertirse nuevamente en escenario de solidaridad y no ser la avanzada de un trágico naufragio de civilizaciones”, recalcó.

“Precisamente del este de Europa, del Oriente, donde surge antes la luz, han llegado las tinieblas de la guerra”, señaló Francisco en otro momento. “Pensábamos que las invasiones de otros países, los brutales combates en las calles y las amenazas atómicas fueran oscuros recuerdos de un pasado lejano”, ha afirmado, pero “el viento gélido de la guerra, que sólo trae muerte, destrucción y odio, se ha abatido con prepotencia sobre la vida de muchos y los días de todos”, advirtió.

El naufragio

“No es tiempo de discusiones, sino de prestar auxilio”, fue el clamor del Papa en un lugar de visita obligada, la llamada gruta de san Pablo, en la ciudad de Rabat. En su oración ante el apóstol de los gentiles, Francisco reconoció la ayuda de los malteses a los náufragos: “Ninguno conocía sus nombres, su procedencia o condición social.Dejaron sus ocupaciones porque no era tiempo para las discusiones, los análisis y los cálculos”. “Era el momento de prestar auxilio”, reclamó.

Bergoglio pidió a primera hora de la mañana a Dios “la gracia de un corazón bueno que palpite por amor de los hermanos. Ayúdanos a reconocer desde lejos las necesidades de cuantos luchan entre las olas del mar, golpeados contra las rocas de una costa desconocida”.

El patrimonio

Tras la misa, Francisco visitó el Centro para migrantes Juan XXIII “Peace Lab” de Hal Far y conocíó de primera mano algunos de los testimonios de los residentes. Allí pronunció el último discurso, en forma de oración, el Papa. “El naufragio es una experiencia que gran cantidad de hombres, mujeres y niños han vivido durante estos años en el Mediterráneo. Y lamentablemente para muchos de ellos ha sido trágica”, señaló Francisco tras escuchar dos testimonios.

“Hay otro naufragio que tiene lugar mientras trascurren estos hechos. Es el naufragio de la civilización, que amenaza no solo a los refugiados sino a todos nosotros”, reflexionó. “¿Cómo salvarnos de ese naufragio?”, se preguntó el Papa: “Comportándonos con humanidad, mirando a las personas no como números sino como lo que son, es decir, rostros, historias, sencillamente hombres, mujeres, hermanos y hermanas”. “Una vez que la herida del desarraigo haya cicatrizado, ustedes puedan hacer emerger esa riqueza que llevan dentro, un patrimonio de humanidad muy valioso y ponerla a disposición de la comunidad en la que han sido acogidos y en los ambientes donde se integran”, concluyó.