Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

¿Qué es la incertidumbre?


Compartir

La aventura del no saber obliga a pensar más allá de lo que se está viviendo. Cuando hay amor, por si fuera poco, se mira de frente a los otros con idéntica ignorancia.

En general, la ignorancia ha sido más fructífera humanamente que el camino del dogmatismo, la verdad asegurada. La ignorancia no deriva en totalitarismos, ni en guerras. En el mejor de los casos se vuelve humilde, reconoce el temor de vivir, la ocupación en ciertos asuntos antes de que lleguen. La ignorancia tiene una vertiente que no da lugar al miedo y conjuga la libertad, como valentía y prudencia. De algún modo, la ignorancia puede retorcerse a sí misma y escapar de la nada, el vacío y el escepticismo, cuando sitúa a la persona en alerta y atenta. Hoy reconocemos que el cuidado se asienta en la ignorancia de lo que vendrá como escudo y baluarte frente al daño que puede venir. El cuidado es atención al otro y protección del mundo.



Meditar en la relación entre incertidumbre y cuidado es importante, salvando el miedo. La ignorancia, tomada como incapacidad humana para una seguridad absoluta, abre siempre a una confianza básica, raíz de toda fe y creencia. Si es interesante indagar y profundizar en lo que se sabe, igualmente es importante no perder de vista esta dimensión tan nuestra, tan original y radical, que nos sitúa siempre más allá de todo lo desconocido.

La incertidumbre, por mucho que la nombremos, es tan propia de la humanidad como su conocimiento siempre abierto a algo más. En esto radica la sabiduría de los sabios, el aprendizaje de quienes realmente han aprendido algo destacable. Los sabios son, a diferencia de tantos, los que reconocen sin falta humildad que su campo es tan limitado como asombroso. Lo que Aristóteles sitúa al principio de su Metafísica, esa ruptura por desbordamiento, quizá conviene dejarla, no para iniciados pueriles, sino para aquellos que han recorrido largos caminos, exigentes vías y tiempos, sacrificadas dedicaciones anónimas.

coronavirus-gente-congreso-de-los-diputados-mascarillas

Frente a la incertidumbre, en España conocemos las barras de bar y el cuñadismo, como meme. Lugares en los que se sabe de todo lo habido y por haber, y la duda y la pausa se consideran mediocridad. Lugares apartados de toda ciencia como tal, de toda ciencia en sí, en los que la opinión campa a sus anchas con carnet de vigencia absoluta. La incertidumbre es lo más alejado de los bares, de las conversaciones ligeras, de las consideraciones con interés de vanagloria.

Si alguien saliera hoy, en medio de todo lo que vivimos, y dijera algo así como: “La verdad es que no sabemos”. Por mi parte, merecería el aplauso. Más aún si añadiera: “Instamos a todos a la prudencia y la serenidad, a la responsabilidad y la calma, a no hacer especulaciones y arrimar el hombro…”. Entonces estaríamos ante la verdad de nuestra vida. Dolorosa, incierta, caminante y peregrina. Y nos harían un gran favor. Pero los muchos se lanzarían sobre ellos por incompetentes, por ingenuos, por no ser claros y precisos, matemáticos y rigurosos, por no tener un bisturí con el que rasgar no sé qué para encontrar lo invisible.

La incertidumbre se contagia más rápido que el virus que nos acecha. La ignorancia se acrecienta con cada uno de sus latidos. Se vuelve inmune a la distancia imprescindible de quien sabe que no sabe. Repetida tantas veces, se vuelve caldo de cultivo para el dogmatismo, el totalitarismo, el enfrentamiento, el posicionamiento del “estar-en-lo-cierto”, el victimismo del maduro adolescente que no se siente comprendido. Desemboca torrencialmente en lo más lejano al consenso, al acuerdo, al bien común, destruyendo toda integración del prójimo, no digamos del lejano. La incertidumbre no reconocida, la ignorancia no asumida va a morir al campo extenso de la indiferencia que siembra más muerte, si cabe.

Confusión política

Nada tiene que ver todo esto con la confusión y la algarabía política en la que vivimos. Distinguiendo, a lo bruto, hay personas que nos ayudan a situarnos pacientemente en la incertidumbre y otras que, movidas por la búsqueda de su propia seguridad, conducen a las masas por el camino ancho de brutalidad bárbara e ideológica que les enfrentan con otros igualmente bárbaros. Abren la puerta a la ignorancia de la ignorancia, para pensar más en los demás, en lugar de en uno mismo y, desde uno mismo, en otros. Espero no confundir, pero no es discurso fácil.

Deslumbran personas como Jean-Yves Lacoste, a la saga de grandes sabios. Para él, dicho muy concretamente: “Existir es existir-con, existir es, de modo conjunto, preocupación y preocupación por el otro”. (‘La fenomenicidad de Dios’, 196). La incertidumbre del encuentro, de la “desimetría”. La incertidumbre es propia de todo encuentro, del mayor de los amores con su entrega y donación radical. Joao Manuel Duque, releyendo a Jean Luc Marion, recupera la visión contra la transparencia, dejando lo que ocurre en primer plano como único plano que no dice más allá. Surge el ídolo frente a la transparencia y distancia-pregunta de la realidad.

La incertidumbre, no la confusión y la excentricidad, ojalá se asienten en la conciencia humana como algo evidente. Ojalá lo consideremos en su radicalidad. Nuestro mundo, extraño y muy extraño en este tiempo, tiene poco que ver todavía con la ingenuidad de nuestra pequeñez, desde la que poder abrazar algo definitivo. O, al menos, sentir libremente su reclamo, llamada, palabra de idioma todavía desconocido entre nuestros balbuceos en sus primeros pasos por lo definitivo.