David Jasso
Provicario episcopal de Pastoral de la Arquidiócesis de Monterrey (México)

¿Qué Adviento necesitamos?


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Hay comienzos que uno no elige y hay otros que llegan como una invitación suave, casi imperceptible, pero capaz de mover la vida entera. El Adviento es de esos pues no irrumpe con estridencia, no exige resultados inmediatos, ni pretende resolverlo todo. El Adviento llega como llegan las cosas importantes: en silencio, con la luz baja, como quien toca la puerta y espera a que abras desde dentro.



Este año, más que nunca, siento que necesitamos comenzar despacio. No porque falten problemas, hay demasiados, sino porque nos falta aire. Nos falta un lugar donde reposar el alma, donde descansar las preguntas, donde reconocer que no estamos hechos para correr siempre. El Adviento no viene a ofrecernos soluciones mágicas; viene a recordarnos que algo nuevo puede nacer cuando dejamos de vivir en automático.

Empezar el Adviento es preguntarnos: ¿qué parte de mi vida necesita que Dios vuelva a nacer ahí? No se trata de emociones intensas, ni de discursos espirituales perfectos. Es más sencillo y también más real: ¿cuál es ese lugar interior donde ya no llega la luz? ¿Dónde siento cansancio, nudo, o ausencia? Ahí es donde el Adviento quiere comenzar.

Los evangelios de estos días hablarán de vigilancia, de atención, de estar despiertos. Y no se refieren a vivir con miedo, sino a vivir con conciencia. El verdadero Adviento no nos pide estar tensos, sino atentos. No exige que todo esté en orden, sino que dejemos un espacio disponible. Solo eso: un espacio donde Dios pueda entrar sin tropezarse con nuestras prisas.

Adviento

Adviento: Foto: EFE

Adviento es también el tiempo de aprender a esperar. Y esperar no es pasividad; es un acto de confianza. Es apostar por lo que aún no se ve. Es hacer sitio, aunque todavía no sepamos qué forma tendrá el futuro. María nos lo enseña mejor que nadie: ella no tenía respuestas, tenía disponibilidad. No tenía certezas, tenía un corazón abierto y eso bastó.

Quizá este sea el Adviento para reconciliarnos con nuestra propia fragilidad y para dejar de exigirnos tanto. Para permitirnos ser humanos, vulnerables, incompletos. Dios no nació en un palacio perfecto; nació donde había espacio. El pesebre es la prueba de que Dios no espera nuestras condiciones ideales, sino que entra donde encuentra una puerta entreabierta.

Empezar el Adviento es animarnos a esa pequeña apertura. Un gesto sencillo: encender una vela, respirar más lento, escuchar sin interrumpir, agradecer lo que llega, pedir ayuda cuando hace falta. La espiritualidad que transforma no es la complicada: es la que se vuelve vida cotidiana.

Que este Adviento que comienza nos regale, más que respuestas, una presencia. Que nos encuentre despiertos, pero no ansiosos; disponibles, pero no agotados.

Y que, en medio de nuestras noches, podamos decir con serenidad: “Señor, hay un lugar para Ti aquí”.

Lo que vi esta semana

A la gente entusiasmada por preparar el templo para el Adviento.

La palabra que me sostiene

Señor, no pases junto a mi sin detenerte (Génesis 18).

En voz baja

¡Ven Señor Jesús!