¿Puede tener valor un texto apócrifo?


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Días atrás, a propósito de la carta ‘Admirabile signum’ –sobre el significado y el valor del belén–, que el papa Francisco firmó en Greccio el 1 de diciembre, escribí en este blog a propósito de la mula (o asno) y el buey del pesebre. Y acabé aquella entrada diciendo que el episodio del texto apócrifo en el que se inspiraban las figuras del buey y el asno (‘Evangelio del Pseudo-Mateo’) “es un texto apócrifo, pero estas líneas podrían haber sido canónicas perfectamente”. No sé si algún lector se habrá sentido un tanto frustrado por el laconismo de esas palabras. Debo confesar que yo sí, por eso hoy quiero profundizar un poco más en su sentido.



Cuando digo que este texto concreto del ‘Evangelio del Pseudo-Mateo’ bien podría haber sido canónico, me refiero al hecho de que el texto apócrifo ha empleado la misma técnica que utilizó el evangelio canónico de san Mateo. En efecto, el primer evangelio, sobre todo en el llamado “evangelio de la infancia” (los dos primeros capítulos), emplea varias veces lo que se llaman “citas cumplimiento”. Estas citas consisten en presentar un texto del Antiguo Testamento como anuncio o prefiguración de un determinado episodio de la vida de Jesús, que se muestra así como su cumplimiento.

De esta manera, después de que ángel anuncie a José el nacimiento de Jesús, el evangelista afirma: “Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio del profeta: ‘Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa Dios con nosotros’ [Is 7,14]” (Mt 1,22-23). O también, tras anunciar el ángel a José que deben huir de Belén, pues Herodes ha decidido matar al niño, el evangelio dice que “José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta: ‘De Egipto llamé a mi hijo’ [Os 11,1]” (Mt 2,14-15).

Es decir, san Mateo bien podría haber ampliado el catálogo de las cuatro citas que hace del Antiguo Testamento añadiendo una quinta, justamente la que menciona al buey y al asno en el pesebre, para poner de relieve que la encarnación del Hijo de Dios pasó en gran parte inadvertida para Israel: “El buey conoce a su amo, y el asno, el pesebre de su dueño; Israel no me conoce, mi pueblo no comprende” (Is 1,3).