Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Próxima estación: Esperanza


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La casa en la que me alojo cuando me tengo que quedar en Madrid, que últimamente es con mucha frecuencia, está en la línea 4 del metro, que tiene una estación llamada ‘Esperanza’. Os confieso que en más de una ocasión he estado tentada de pasarme de parada para poder escuchar eso de: “Próxima estación: Esperanza”. Me hace gracia pensar en que el metro de Madrid anuncie por sus altavoces algo tan especial.



Si hay una virtud que no siempre se nos nota a los creyentes es, precisamente, esa certeza profunda de que todo termina bien y que, si no es así, es porque aún no ha terminado. La última palabra sobre la historia y sobre nuestra vida es la de un Dios locamente enamorado de la humanidad que busca y anhela lo mejor para nuestras vidas más incluso que nosotros mismos, aunque este bien no siempre se identifique con nuestros deseos. Esto nos tendría que impulsar a vivir esperanzadamente lo cotidiano.

Metro Esperanza

Para estar tentados de desánimo solo necesitamos mirar alrededor o escuchar las noticias. En medio de tanta decepción, quizá una de las cosas más contraculturales que podemos ofrecer los creyentes a quienes nos rodean puede ser una esperanza, que se mantiene a veces contra toda desesperanza. ¿No sería este un bonito reto de cara al Adviento?