Prohibido hablar de religión


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En estas fiestas, pareciera a veces que conversar sobre religión es como receta tradicional para acabar de pleito, o al menos encontrar diferencias irreconciliables con alguien. El tema suena escabroso, así que otros me advierten constantemente la importancia de no hacerlo. Pero yo sigo recurriendo a ello. ¿Por qué?

Imposible quedarse callado

Sé que hablar de religión es explosivo, pues comienza por hacer evidentes las convicciones que cada quien tiene, incluidos los no creyentes, para encarar la vida. El tema además provee respuestas individuales, grupales y colectivas para afrontar las crisis, el origen de todas las cosas y el destino final que tendrán. La religión, entendida como cosmovisión, responde a nuestras preguntas sobre la muerte, la libertad, la soledad, la inteligencia, el sentido y otros temas existenciales. Y en la calidad de esas respuestas (o vacíos) vemos frutos de felicidad o angustia, encuentro o abandono, cohesión o abuso, progreso o decadencia en personas, relaciones, sociedades y civilizaciones enteras. En fin, es como un manantial inagotable para las conversaciones más fecundas que uno pueda imaginar.

Además, no soy el único al que le atrae el tema. Aunque en teoría, tanto creyentes como no creyentes tenemos tan fundamentadas nuestras posturas que podemos incluso darnos el lujo de publicar memes ridiculizando las posturas contrarias, parece que muchos, más que pregonar, queremos escuchar eco a nuestros planteamientos.  Así no dejo de sorprenderme cuando después de hacer preguntas de aclaración sobre temas puntuales, las respuestas que tengo son un repertorio amplísimo que oscila entre cátedras y silencios, puntualizaciones magistrales y evasivas, aperturas y autorreferencias, cariño y insultos. “Por metiche me lo he buscado” diría mi madre. A lo cual yo le respondería sonriente “Pues yo no empecé, fue él”.

Además, nuestras convicciones religiosas hacen imposible que nos quedemos callados. Cada descubrimiento es incendiario, tanto en el corazón de quien lo experimenta, como en el grupo en que se desenvuelve, así que genuinamente quiero entender qué es lo que alumbra tu camino tanto como anhelo compartir contigo mis propios hallazgos. Por ejemplo, si he experimentado en carne propia la salud que proviene de la Misericordia, ¿Cómo podría verte sufrir en el sinsentido y quedarme impasible? Y si en tu cosmovisión está el pensamiento crítico como pilar del crecimiento humano ¿Cómo podrías dejar de comentar algo que te parece fanatismo o sumisión irreflexiva?

Así que no todo intercambio tiene por qué acabar mal. Con frecuencia los intercambios que comienzan en discretos sondeos de prueba terminan en animadas charlas pobladas de asombro y respeto, cuando las partes descubren que hay vida inteligente en el otro extremo de la línea. Parece que el común denominador es un genuino interés por la perspectiva del otro. Y eso es un deleite. Personalmente prefiero diez minutos de buena conversación sobre el tema, que ocho horas hablando del tráfico, de la última criptomoneda o del clima.

Al acuerdo contigo

Una buena práctica suele ser que estemos seguros de estar hablando de lo mismo antes de discutir sobre ello. Así que en este tema suelo seguir a Lonergan (1988) para definir a la religión como el conjunto de experiencias, significados, convicciones, creencias y expresiones de un grupo, a través de las cuales sus participantes responden a su autotrascendencia y relación con la divinidad.

Checa la profundidad del enunciado previo: ya que todos aspiramos de algún modo a trascender y también contamos con algún tipo de Otro Incondicionado, así todos tenemos algún tipo de religión. Aunque te confieso que no me sé esa definición de memoria, sí tengo claro que la religión es más que la manifestación cultural vista desde afuera, y comprende también la vida interior y el significado del encuentro entre personas. Esta distinción permite que la conversación, además de inteligente, se encarne en la vida real de quienes conversamos.

Con lo anterior no quiero decir que todas las posturas religiosas sean igualmente válidas o equivalentes, y mucho menos que la tradición que practico sea impecable. Por eso, compartir, con decoro y humildad son tres premisas claves al hablar de religión. Primero, no podría decirte soy un docto conversador teológico que parte siempre de datos sustentados, interpretación ordenada, coherencia histórica, perspectiva dialéctica, fundamentos explícitos, claridad doctrinal, sistematización en el conocimiento y asertividad comunicacional. De hecho, muchas conversaciones inician alrededor de un meme o de una expresión hecha a la ligera. Pero la exquisitez teórica importa menos que el compartir, pues todos hacemos nuestro mejor esfuerzo con los elementos a nuestro alcance y el diálogo respetuoso es lo que vale, pues ni Dios quiere cosas que no provengan de nuestra voluntad. Y yo celebro cada vez que por tu voluntad me compartes una joya de tu ser existencial.

Respecto al decoro, la capacidad de proveer respuestas, cada vez más acertadas, aplicables y fructíferas hacen evidente por sí solos los méritos de cada sistema. Y cuando las respuestas del otro-dialogante ya no son suficientes hay que saber detenerse con prudencia y colaborar con un asombro unitivo que refuerce la dignidad de todos.

Conversar sobre religión no solo expone posturas personales sobre temas claves, sino que en ello se apuesta el significado mismo de la existencia. Por ejemplo, para el creyente, su origen no es solo humano sino también viene de Dios, tanto como para el no creyente, quien defiende sus constructos con lo mejor de su voluntad e intelecto. Así, la palabra re-ligare retoma esa disposición integral para captar cómo se reúnen lo humano y lo divino. Aunque para algunos lo “divino” sea impersonal, otro humano o conjunto vacío, en todo caso pisa uno suelo sagrado y es preciso descalzarse antes de entrar.

Respecto a la humildad, tú y yo tenemos la fortuna de participar de una tradición milenaria pobladísima de personas santas, místicas y súper brillantes que buscan seguir el ejemplo de Cristo Jesús. En este tiempo hemos acumulado un gran número de conocimientos, tradiciones y obras de misericordia, así como una larguísima cola institucional de chantajes, abusos e imposiciones infundadas. Lo anterior, sumado al privilegio de contar con amigos inteligentes, y francos, nos llama a ser más sabios y humildes, al recorrer en constante diálogo un camino que requiere más amor incondicional y servicio, que rituales y ofrendas humeantes (Mi 6, 6-8).

Así que agradezco cada regalo reflexivo de tus palabras que me han otorgado en esta Navidad.

Referencia: Lonergan, B. (1988). Método en teología. Salamanca: Sígueme