Me dirijo hoy al libro del Eclesiástico en nuestro antiguo Testamento. ‘El Sirácida’ nos indica allí la conveniencia del préstamo al necesitado: “Quien presta al prójimo hace obra de misericordia quien le echa una mano guarda los mandamientos. Presta a tu prójimo cuando lo necesita” (Eclo 29,1-2). Ayudar al que lo necesita, dejarle el dinero para que no pase privaciones, se considera una obra agradable a nuestro Dios que deriva directamente del mandamiento de ser generoso con el necesitado y también del amor al prójimo que nos lleva a ayudar a los más pobres. La labor financiera es también una manera de amar, de cumplir el designio del amor de Dios en nuestras vidas.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- Regístrate en el boletín gratuito
Ahora bien, hay que tener en cuenta a qué clase de persona se le está prestando. El Eclesiástico avisa sobre el préstamo a las personas que no son limpias de corazón: “Da al bueno, rehúsa al malvado, alivia al atribulado, no des al arrogante” (Eclo 12,7). Hay que mirar a quien se presta, para qué va a utilizar el dinero, no sea que la obra de misericordia que se pretende realizar con nuestra acción se convierta en financiación de obras que no discurren por los senderos que nosotros desearíamos. No podemos convertirnos en respaldo de acciones perversas o malvadas. Debemos prestar a quienes sabemos que utilizarán rectamente nuestros fondos.
Pero ¿qué pasa cuando desconocemos para qué utilizan nuestro dinero los bancos o los intermediarios a quiénes se lo confiamos? ¿Qué podemos hacer cuando las entidades financieras no actúan con la necesaria transparencia? Nuestros fondos se van, con frecuencia, a financiar actuaciones que nosotros no aprobaríamos o a prestar en condiciones que no aceptaríamos para nosotros mismos. La lejanía existente entre quien presta el dinero y quien lo recibe prestado debido a la sofisticación de la intermediación financiera, hace que sea difícil controlar el destino final del dinero que ahorramos y prestamos a los demás.
Banca ética
La falta de transparencia de muchas entidades nos impide averiguar sus políticas de financiación y conocer a quiénes están prestando el dinero que nosotros les dejamos. Entidades financieras que sean transparentes y que se comprometan a financiar solo aquellas actuaciones que cumplan unas determinadas características, se convierten en necesarias para subsanar este problema. Debemos incidir en que la experiencia de la banca ética se extienda a la banca tradicional para que finalmente toda pueda ser considerada “ética” en el sentido que aquí estamos describiendo.
Precisamos de instituciones financieras que tengan en cuenta estos elementos a la hora de financiar. Que no lo hagan mirando exclusivamente el propio lucro, sino que vean su labor como una manera de cuidar a los demás, como un modo de ayudar a aquellos que lo necesitan, como una labor importante para la sociedad.

