Preguntas “esenciales” en un año “esencial”


Compartir

La pandemia nos ha llevado por caminos hasta hace poco insospechados. Repentinamente, nos encontramos hablando un lenguaje que solo se podía escuchar en algunos círculos interesados por las reflexiones filosóficas; de un día para el otro comenzamos a preguntarnos sobre “lo esencial”, actividades “esenciales”, servicios “esenciales”, personal “esencial” y hasta vuelos o medios de transporte “esenciales”. Gobernantes y gobernados debimos reflexionar sobre aquello de lo que no se puede prescindir. La sociedad del consumismo y el entretenimiento, acostumbrada a la superficialidad y lo pasajero, tuvo que detenerse y preguntarse: ¿qué es esencial?, ¿qué es aquello sin lo cual la vida es imposible?



En la vida de los cristianos y también en la vida de la Iglesia, durante un tiempo de iglesias cerradas en las que no se pudo ni celebrar la Semana Santa, aparecieron preguntas similares. En nuestra relación con Dios, ¿qué es esencial? ¿qué es aquello de lo que no se puede prescindir? Para algunos, que hace tiempo abandonaron “la práctica sacramental” las cosas cambiaron muy poco, pero para otros, acostumbrados a cierto “consumismo sacramental”, la experiencia significó un verdadero terremoto. Sería lamentable que una experiencia global tan extrema nos dejara igual que antes; tanto quienes participan habitualmente de los sacramentos como quienes hace tiempo que “no pisan una iglesia” pueden aprovechar este momento como una oportunidad para preguntarse ¿qué es “lo esencial” en la relación con Dios? Y si no tengo con ningún dios alguna relación, ¿qué es “lo esencial” en la vida? ¿sólo es esencial la vida misma sin referencias a cualquier realidad que la trascienda? Nos guste o no, la palabra “esencial” fue arrancada de clubes o ateneos intelectuales y clavada como una estaca en el centro de nuestras existencias.

 

Sacramentos… ¿esenciales?

Quizás esta experiencia de ausencia de sacramentos sea una oportunidad para descubrir que, más allá de su extraordinaria importancia, los sacramentos tampoco son esenciales, más aún, que su belleza e importancia radican en su condición de ser un regalo “no esencial”. Los sacramentos son expresión de un amor que no se manifiesta en la donación de lo indispensable sino que va más allá, ellos ofrecen algo que muestra la inmensidad de un amor que no sólo entrega lo necesario para sobrevivir sino que regala lo que da a nuestras vidas una dimensión y un valor completamente asombrosos, inimaginables. “Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre y habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”, y entonces “tomó el pan, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: ‘tomen y coman, esto es mi Cuerpo’ …”.

Es posible que la insistencia en la obligatoriedad y la necesidad de los sacramentos, en su condición de “requisito para la salvación”, haya oscurecido su dimensión no “obligatoria” ni “necesaria”, su dimensión de regalo sorprendente y estremecedor. Quizás si nos atrevemos a pensar en los sacramentos como “no esenciales” podamos descubrir que justamente allí radica su belleza y que de allí brota también la extraordinaria e indispensable importancia de nuestra respuesta, siempre libre y empapada de amor. Para destacar una importancia incuestionable utilizamos el torpe camino de convertir en obligación, imposición, exigencia, algo cuya belleza y fuerza radica en lo contrario: en su gratuidad absoluta.

Redescubrir los sacramentos como un regalo

Redescubrir que Dios nos regala los sacramentos sin atarse ni atarnos a ellos, nos abre la puerta para una respuesta que tampoco nace de la necesidad sino del encuentro libre y gratuito en el que es posible el amor. De esa manera la expresión “obligatorio” adquiere una dimensión nueva, ya no es la obligación jurídica o moral, ya no es “una condición que debe cumplirse”, es una necesidad que brota del impulso del amor que responde al amor.  Cuando alguien “se nos regala” solo es posible responder “regalándonos a nosotros mismos”.

Quizás este tiempo de ayuno de sacramentos nos permita redescubrirlos como regalo insospechado y destruir para siempre esa imagen de “peaje necesario” para acceder a la Gracia. Quizás así nos encontremos con ellos como “esenciales” para expresar el amor pero no como esenciales “para cumplir la ley”. Y es posible que entonces seamos capaces de redescubrir también que “el segundo mandamiento es semejante al primero” y que el fruto de nuestras eucaristías se exprese en auténticas comunidades de hermanos, y se pueda decir de nosotros lo que se decía de los primeros cristianos: “¡Miren cómo se aman! Miren cómo están dispuestos a morir el uno por el otro” (Tertuliano, Siglo II).