¿Por qué puede resultar frustrante trabajar en la sanidad pública?


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Esta entrada podría tener diversos títulos, pero éste me parece representativo. Hay diversas respuestas, pero intentaré que comprendan las mías.



Imaginen que llegan a su trabajo por la mañana y los ascensores no funcionan, de modo que esperan varios minutos hasta lograr subir a la planta 13. A una cierta edad y con dolores crónicos variados, la alternativa de subir o bajar tantas escaleras varias veces durante la mañana queda descartada. De modo que, cada vez que hay que salir de la planta para ver a enfermos en otros lugares del hospital, o ir a consulta externa, en otro edificio, o hacer alguna gestión, sufres una demora que se suma a otra, y a otra, y así días y semanas.

“Las cosas” no funcionan

Sería interesante cuantificar el tiempo que perdemos esperando ascensores; puede parecer un asunto baladí, pero acaba resultando cargante, máxime cuando se repite un día y otro. La primera impresión al llegar al hospital es de que “las cosas” no funcionan.

A renglón seguido, llego al despacho y la historia clínica electrónica, sin la cual es casi imposible atender hoy en día a los pacientes, tampoco funciona, o lo hace con lentitud exasperante. Es cierto que no la necesito para ver a un paciente, explorarle, hablar con él y con la familia, pero sin ella no puedo ver resultados analíticos, ni radiografías, ni ninguna otra de las llamadas exploraciones complementarias. Absolutamente todas están informatizadas y se esconden en el dichoso ordenador, que va mal un día sí y otro también, un rato sí y otro no, de forma caprichosa.

Durante el resto de la mañana, nos encontramos con problemas clínicos y administrativos de nuestros pacientes que no podemos resolver. Maniobras diagnósticas de vital importancia que se cancelan o demoran, sin que nadie dé una explicación de por qué, procedimientos que se retrasan aumentado el riesgo del ingreso.

Favores personales

Ante esto, se piden favores personales, se entra en conflicto con otros profesionales y otros estamentos, se generan tensiones y se producen disgustos. Y siempre el clínico es quien debe dar explicaciones a pacientes y familiares de retrasos y fracasos sobre los que no tiene ninguna responsabilidad ni ningún control. Por lo general, la gente suele comprenderlo, pero en ocasiones no es así y resulta penoso y desagradable.

Sería interesante saber qué ocurriría si las demoras y cancelaciones afectasen a los familiares de los responsables reales de las mismas; quizás entonces mostrasen mayor diligencia. También sería interesante conocer la ocupación real de los equipos de guardia de la tarde, porque quizás, si un procedimiento se cancela por la mañana, pudiese realizarse por la tarde si no existe ninguna emergencia. También sería interesante preguntarse por qué interconsultas preferentes no se responden en el día o en las primeras 24 horas.

Médico general

Esta es la realidad cotidiana de un médico clínico, poco agradecida y poco eficaz. Mientras tanto, los directivos del hospital se mantienen en sus despachos, ignorantes o indiferentes ante el acontecer cotidiano del centro que dirigen. Resulta chocante el absoluto divorcio entre lo importante de la asistencia y la realidad de las personas que viven entre números y datos, lejos del devenir diario de las plantas de hospitalización.

Pequeñas alegrías

Al lado de estas frustraciones y sinsabores, pequeños o grandes según el día y quién los padezca, nuestra vida se ve jalonada por pequeñas alegrías, cuando un paciente mejora, o una familia se da cuenta y agradece del interés y el esfuerzo que se pone para que la persona enferma mejore.

De hecho, ahora que me acerco al final de este camino, no querría haber sido otra cosa ni haber trabajado en otra profesión. A pesar de la lentitud de los ascensores, de una historia clínica electrónica que falla más que una escopeta de feria y de un sistema que posibilita retrasos diagnósticos de los que nadie parece ser responsable y que a nadie (salvo a la familia del paciente y al clínico al cargo) parecen preocupar.

Recen por los enfermos, por quienes les cuidamos y por este país de luces y sombras.