Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

¿Por qué no todos (los cristianos) sois iguales?


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No me preguntan por las diferentes iglesias cristianas, sino por las diferencias entre los mismos cristianos católicos. De todo esto se dan cuenta los jóvenes y les choca que pueda ser así. ¿Por qué no somos todos los católicos, dicho de otra manera, iguales? ¿Por qué no pensamos lo mismo, vivimos igual?

Una respuesta fácil sería decir que cada uno somos diferentes y también creemos de forma diferente. Hay personas más racionales y más sentimentales, hay personas que se apoyan más en los demás y otras que se encuentran mejor por libre. Pero esto no explica del todo por qué, si la fe es un acontecimiento tan radical y constitutivo del cristiano, hay tanta diferencia entre unos y otros.

Lo primero, a todos los cristianos nos falta conversión. Poner por delante esto clarifica mucho el asunto. Ninguno de los creyentes es el mismo Jesús. Estamos todos en camino hacia Él. Y convendría recordarlo de vez en cuando, porque así probablemente escucharíamos más, estaríamos más atentos y nos situaríamos en nuestro justo lugar, que no es otro que estar siempre en camino. ¡Somos de carne y hueso!

Comprometernos en lo cercano

Lo segundo esencial, somos diferentes porque creer es también una llamada a comprometernos en lo más cercano. De esta manera, unos aprenden a creer y viven su fe en las aulas, otros en las empresas, otros en hospitales, otros en su pequeño negocio, y no pocos dejando todo y viajando lejos o consagrándose por entero a una misión. La fe se hace servicio y da fruto en muchos, y esto nos convierte en un modo particular de creyente. La fe se va formando en el amor radical al prójimo, que no es uno sino muchos. ¡El prójimo es de carne y hueso!

Lo tercero, porque la fe se vive en comunidad y con otros. Y existen en la misma Iglesia comunidades con estilos muy diversos y especiales. En todas ellas hay reuniones para celebrar, para rezar juntos, para escuchar, para formarse. Pero no todas celebran del mismo modo, ni rezan del mismo modo. Es espectacular la riqueza carismática de la Iglesia en tantos y tantos lugares. No se trata de saberlo para buscar “mi lugar” como si fuera un supermercado, sino más bien para no dejarse encerrar y enriquecerse con otras realidades. ¡La relaciones y la comunidad siempre es de carne y hueso!

Por último, desde siempre la Iglesia se ha pensado a sí misma como un Pueblo y como un Cuerpo. Sin discutir inútilmente la prioridad de una u otra, en ambas existe unidad y diversidad al mismo tiempo, pertenencia fecunda y singularidad propia. Pero creo que es la oración lo que más nos hace únicos, el encuentro personal con Dios cara a cara, al que siempre se ha atendido e invitado en la Iglesia repetidamente. ¡Es fundamental verse así, como únicos y no por ellos mejores ni peores! ¡Mejor siempre en camino, unidos en una inmensa variedad de personas que también buscan, dudan, confían, esperan en el mismo Espíritu, Señor y Dios de la humanidad!