El origen etimológico de debatir es la palabra latina ‘Battuere’ que significa golpear. La batidora, combatir, batir, rebatir, el batán, el batido, el abatido, son todas palabras que comparten esta raíz. Todas ellas tienen algo que ver con este golear, algunas en sentido real y físico, otras en sentido figurado. Pero esta idea de golpear, ya sea para transformar lo golpeado o para triunfar sobre ello, son un punto en común de todas estas palabras.
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Cuando hablamos de debatir, el sentido en el que entramos es el dialéctico. El debate es una discusión en la que se espera que haya un resultado positivo para una de las partes y uno negativo para la otra. Lo mismo que un combate (que sí que suele tener una connotación física), el debate se vive en un entorno competitivo: tengo que vencer al otro, tengo que ganarle. El otro es mi oponente: tenemos diferentes visiones, puntos de vista, opiniones, verdades y, por tanto, tengo que discutirlas con el que tengo delante. En el debate las posturas tienden a polarizarse.
La confrontación y el anhelo de vencer están en el corazón de esta manera de dirigirse al otro. Si además, ese debate se realiza entre personas que no tienen unos conocimientos profundos sobre aquello de lo que hablan, se convierten fácilmente en una desacreditación continua del adversario, que es como se considera a quien debate con uno. Los que debaten se ven como contendientes políticos contra los que argumentar o a quienes desautorizar.
Creo que nuestra política construiría mejor el bien común si nos encontrásemos con políticos que, en lugar de debatir, se centrasen en conversar con quienes tienen unas ideas distintas. El diálogo busca encontrar puntos en común, ver la diferencia como una riqueza y construir bien común con el que es de otro partido.
Priorizar el bien común
Por ello querría políticos que, en primer lugar, respeten a quien está en otro partido, que piensen que las ideas y los puntos de vista diferentes pueden enriquecer su mirada política, que estén dispuestos a escuchar al diferente, que quieran construir soluciones que sean para todos y no solo para una parte. La utilización del diálogo como herramienta política significa que todos estén dispuestos a renunciar a algo de lo que piensan para priorizar el bien común.
Dialogar, dialogar y dialogar, debería ser el programa de quienes nos representan. El congreso debería ser un lugar en el que las conversaciones buscaran encontrar las mejores soluciones para los desafíos de nuestra sociedad. Por eso necesitamos mucha más conversaciones entre políticos de corrientes diferentes y menos debates estériles en los que no se avanza nada más allá de proclamar vencedores y vencidos. En esta espiral de debate, quien pierde siempre es la sociedad.
