Flor María Ramírez
Licenciada en Relaciones Internacionales por el Colegio de México

Perdón y acción por Fátima


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En medio del clamor por justicia  de su familia, todavía nos pesa el crimen atroz que acabó con la vida de 7 años de Fátima. El asesinato sacudió la conciencia de miles que se preguntan, por qué, quién es capaz de asesinar a una niña inocente. En la Ciudad de México se escuchan miles de voces que piden una sanción clara y rotunda para la pareja presuntamente feminicida. Sin embargo, la pregunta que nos hacemos es ¿un castigo, una sanción será suficiente para cambiar el grado de violencia que hemos alcanzado como sociedad?



La respuesta la sabemos, NO, nunca una sanción será suficiente para calmar la violencia en la que nos movemos, tampoco podrá serlo la pena de muerte. Ante un sistema de justicia totalmente impune, también abundan las ganas de buscar y poner un castigo fuera de las leyes y derechos que nos rigen. Pero esto último sería regresar a la Ley del Talión. En las civilizaciones mesopotámicas la Ley del Talión se estableció no para justificar la venganza o el desquite, se estableció para evitar castigos desmedidos. Era un primer intento de buscar la proporcionalidad en el castigo.

El camino para erradicar la violencia nunca será la violencia misma, el camino que marca nuestra fe católica nos lleva por la senda del perdón.

El evangelio de ayer domingo termina con una invitación de parte de Jesús “Ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto”. Si nos fijamos bien en el contexto en el que Jesús dice esta frase nos daremos cuenta de que la perfección de la que aquí habla Jesús es la perfección en el amor. El amor perfecto es amar a todos, porque Dios, nuestro padre celestial ama a todos y “hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos”.

Foto: Mantas Hesthaven, 2019

Pero ¿es realmente posible esta perfección que Jesús nos pide? Sí, entendiendo bien lo que significa la palabra “amor”. No se trata de un amor, afectivo, sensible o erótico, sino de un amor profundo, fuerte, bien arraigado en Dios mismo.

Es una verdad evidente y comprobable que una madre (en este caso la de Fátima, o las miles de madres que han perdido a sus hijas), no siempre puede amar afectivamente a quien ha matado injusta y violentamente a su hija. No le puede amar afectivamente, es casi imposible, pero sí le puede perdonar, es decir, puede desear de corazón el bien a su enemigo, y rezar por él para que se convierta y viva. Esta es la perfección a la que Jesús nos llama. Saber amar al que nos ha herido, esto no significa volver hacer como si nada pasó.

Por otra parte, tampoco  es suficiente tomar la senda personal de la perfección en el amor. Hoy tenemos mucho por hacer, exigir el fin de la impunidad debe ser un compromiso ciudadano, cambiar nuestras percepciones sobre los roles de género también requiere bien formados y comprometidos, re educarnos para dejar de ser una sociedad machista, desigual y misógina es una tarea titánica que también debe darse en nuestros templos. Como fieles debemos promover la dignidad de la persona al centro de toda acción de mejora social, llámese política pública o proyecto privado. Esto también es parte del trabajo que debe hacerse y que pocos quieren asumir. Ante la indecisión y la parálisis de las instituciones, podemos como Iglesia hacer mucho en nuestro trabajo pastoral y resignificar la esperanza perdida de muchos padres y madres que con indignación esperan justicia para sus hijas.