Enrique Lluc
Doctor en Ciencias Económicas

¿Para quién son los niños?


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Estuve leyendo el otro día, en las páginas de Vida Nueva, a Jorge Cardona. Se reproducía en ellas la introducción que ha escrito para un libro titulado ‘¿Dónde estás, mamá?’, de Olivia Maurel. Evidentemente, no voy a repetir lo que Jorge dice allí, sino que me ha venido una reflexión relacionada y complementaria a la suya (al menos así lo creo yo) y que deriva de la reflexión que he hecho en mi último libro, ‘Enmimismados’.



Porque, al leer esas líneas, me acordé de un cartel que vi en un hospital privado de Valencia mientras esperaba que atendiesen a uno de mis hijos, que se había lesionado jugando un partido de baloncesto. En él ponía en grandes letras:’ ¿Quieres hacer realidad tu sueño?’. El dibujo que había debajo de él era el de una mujer alegre, con los brazos estirados hacia arriba, que arropaba en sus manos un sonriente bebé. Debajo de esta idílica imagen, había una cifra: 2.995 euros. Sí, hacer realidad el sueño de la estupenda mujer de la imagen no era caro, menos de 3.000 euros.

Entrega generosa

Por ello me pregunto: ¿para quién son los niños? Porque, tradicionalmente, ellos han sido el fruto del amor de los padres, que, de una manera generosa, los hemos educado, les hemos dado todo, para ofrecerlos a los demás, para que madurasen y fuesen personas cabales, prudentes y que pudiesen llevar su vida adelante con independencia. El ser padre era un acto de generosidad ante la vida, ante los demás y ante la sociedad, en el que ofrecíamos nuestra vida y nuestro tiempo para educar una persona que en su madurez pudiese vivir entregada también a los demás y construir una sociedad justa. ¿Para quién son los niños? En esta concepción, para los demás. Es un fruto más que ofrecemos los padres a los otros.

Un padre con su hija en una playa de Valencia

Sin embargo, en un mundo ‘enmimismado’ como el nuestro, con demasiada frecuencia me encuentro a personas que no viven a sus hijos como fruto de un amor que se entrega a los demás, sino como el cumplimiento de una ilusión, como la meta a lograr, como lo que les va a hacer bien a ellos mismos. El niño ya no es un fruto para los demás, sino de algo que anhela el padre y/o la madre (en el caso de que haya pareja, porque muchas veces no la hay). Estas personas quieren el hijo porque lo ven como una parte de su realización personal, porque les apetece, porque no quieren hacerse mayores sin haber tenido esa experiencia, etc.

En estos casos, el niño es para mí. Por ello, muchas veces no estoy dispuesto a aceptar al que me viene, sino que quiero elegir cómo va a ser, si niño o niña, si alto o bajo, si mestizo, blanco o negro… Quiero que esa criatura que voy a tener tenga unas características determinadas: las que a mí más me gustan. Porque lo importante no es que me voy a donar para criarla y ayudarla hasta que haya crecido y sea madura, sino que cumpla las características que yo deseo. Lo importante soy yo y mis deseos. El niño o niña tiene que ajustarse a ellos… Preocupante, ¿no?