David Jasso
Provicario episcopal de Pastoral de la Arquidiócesis de Monterrey (México)

Papa León XIV: “Con un nudo en la garganta”


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Hay silencios que dicen más que los discursos, miradas que revelan lo que las palabras apenas alcanzan, y lágrimas que no terminan de caer, pero que ya lo han dicho todo.

En estos primeros días del pontificado de León XIV, lo que ha llamado mi atención además de su teología, su nacionalidad y sus primeras decisiones, ha sido su sensibilidad en al menos dos momentos, documentados por la transmisión oficial del Vaticano (no hace falta inventar nada), en los que sus ojos estuvieron a punto de quebrarse y en los que visiblemente se notó, como se dice coloquialmente: “con un nudo en la garganta”.

Y más me llama la atención porque en un mundo que disimula, que protege la imagen, que administra la emoción, que pone filtros y crea fotografías con inteligencia artificial, ver a un Papa conmovido, ¡verdaderamente conmovido!, es un signo. Y más que un signo, es un mensaje, no una debilidad. Es una verdad, y en la Iglesia, la verdad es siempre una gracia porque nos hace libres.

Todos lo pudimos notar en el balcón. En ese temblor en su mirada entendimos algo sin que nadie lo explicara: este hombre carga algo muy grande y no le es indiferente. No ha sido un gesto fabricado, es humanidad pura. Es el alma asomándose a través del cuerpo. Es alguien que sabe el peso de lo que está recibiendo y no lo disfraza. Como cuando recibió el anillo del pescador y no pudo resistir sensibilizarse, al ver su mano y al escuchar al pueblo que aplaudía el gesto y su sinceridad.

Papa León XIV

Papa León XIV en la logia de san Pedro. Foto: EFE

La Iglesia no necesita un líder frío, ni un estratega brillante, necesita un hombre de Dios que sienta con la gente. Seguramente no han sido días fáciles para él. Lo adivinamos en sus silencios, lo percibimos en su rostro y lo leemos en sus palabras que, aun cuando son firmes, están tejidas de compasión, como fruto de alguien que ha orado mucho, que ha caminado con la gente, que ha conocido el límite, la herida, el cansancio y aún así, ha dicho sí.

En un mundo que necesita y busca líderes, León XIV aparece como un pastor sensible, no por ingenuo ni débil, sino por sincero y espiritualmente profundo. Quizá muchos esperaban gestos más claros, decisiones más contundentes, pero lo más evangélico no es lo que se impone, sino lo que se deja ver. Y en estos días, lo que se ha dejado ver es el alma del Papa. No sabemos todo lo que traerá su pontificado, pero ya sabemos algo esencial: no será indiferente, no caminará por encima, no hablará desde lejos.

Una Iglesia con un Papa que siente, no puede seguir siendo una Iglesia de gestos vacíos o palabras gastadas. Tiene que volver a sentir con él, a llorar con lo que duele, a alegrarse por lo que renace, a caminar con el corazón. No sé qué vendrá, pero sé que lo que empezó ya dejó una señal, no en los documentos ni en las decisiones sino en los ojos.

Los ojos de un Papa que, antes que obispo de Roma, ya es hermano y que no oculta lo que le pasa por dentro, que no tiene miedo de conmoverse públicamente y que quizá, sin saberlo, ya nos está enseñando cómo sanar.

Lo que vi esta semana:

Un Papa conmovido al recibir el anillo del pescador.

La palabra que me sostiene:

“Con ustedes soy cristiano y para ustedes obispo“. (Papa León XIV citando a San Agustín)

En voz baja:

Nos has hecho para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. (San Agustín, Confesiones, 1,1.1).