Otra vez “al alimón” con mi nieto periodista


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Estaba preparándome para cumplir mi compromiso semanal con Vida Nueva cuando recibí el blog de mi nieto periodista. Creo que lo inspiró el encuentro con el director de la Fundación para la Reconciliación, padre Leonel Narváez imc, que tuvimos esta semana los y las integrantes de “Amerindia Colombia”, colectivo de teólogas y teólogos al que pertenezco. E invité a mi nieto porque pensé que le interesaría, como periodista, conocer uno de los muchos esfuerzos que actualmente se realizan en favor de la reconciliación y la paz.

Yo me proponía escribir sobre este encuentro, pero resulta que Fernando Posada Ángel, mi nieto periodista, lo ha hecho mejor que yo y sería una tontería no apropiarme de sus comentarios para compartirlos desde mi blog.



Personalmente me conmovió y me convenció la interpretación del perdón y de la reconciliación que plantea Narváez en el marco de la llamada “cultura ciudadana del perdón y la reconciliación”, como también su invitación a detener el odio –concretamente a detener una “economía política del odio” desde la cual se vende odios para ganar votos– y a establecer, desde la educación para la convivencia en el entorno familiar y escolar, las raíces del árbol de la paz.

A Fernando le quedaron sonando los argumentos de Narváez y les hizo eco en su blog. Recogió una aclaración que a mí me pareció importante y profundamente esclarecedora: “En ningún momento debe confundirse el perdón con el olvido, que es una traición al deber humano de mantener la memoria. Tampoco es sinónimo de reconciliación, un ejercicio que requiere del acuerdo entre las partes involucradas en un conflicto, en donde cada cual reconoce sus culpas y ofrece sus disculpas. El perdón, en esencia, es un ejercicio personal de liberación –el resaltado es suyo–: la determinación de no estancarse en un mismo ciclo y la decisión de no permitir que el futuro sea dictado por resentimientos del pasado”.

Acertadamente hace notar Fernando, mi nieto, que “lo curioso es que así como la mayoría histórica de los colombianos han conformado las filas del catolicismo, (…), la puesta en práctica del perdón parece haberles resultado una tarea compleja”: una tarea que, con vergüenza como creyente, yo calificaría de inalcanzable porque no forma parte de las prácticas piadosas que tranquilizan la conciencia.

Escribe, también, mi nieto y yo copio porque son mis propias convicciones, que “las enseñanzas de Jesús, el Cristo y el Mesías de los católicos, se centran en su mayoría sobre valores que a primera vista serían la base para una sociedad que entendería como sagrada la paz, la sana convivencia y el triunfo del perdón sobre la sed de venganza; una sociedad capaz de entender que el perdón no podrá cambiar el pasado, ni será suficiente para borrar el dolor de quienes han sufrido, pero definitivamente tendrá la capacidad de sentar bases para un futuro más esperanzador”. Y hace suyo el reconocimiento de que “las religiones han tomado partido y han profundizado la polarización y la radicalización entre los bandos que dividen al país”.

Concluye mi nieto periodista: “El destino errante de una sociedad tan disfuncional como la nuestra podría alejarse de la dirección del fracaso si los valores promovidos por Jesús fueran puestos en práctica por quienes alegan ser sus seguidores. Lo dice un ateo”. Y lo respalda, convencida, una teóloga católica y creyente.

¿Por qué el título de este blog? y ¿qué significa “al alimón”? Es otra manera de decir “a cuatro manos” recurriendo a una antigua suerte de arte de torear en la que dos toreros citan al toro con el capote.