“Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla”. Así lo afirmó monseñor Óscar Arnulfo Romero, obispo y mártir salvadoreño, en el penúltimo párrafo de su más famosa homilía, el 23 de marzo de 1980, quinto Domingo de Cuaresma, que tituló “La iglesia: un servicio de liberación personal, comunitaria, trascendente”. Monseñor Romero exhortaba a los soldados a desobedecer las órdenes de sus mandos y detener la represión. En nuestro contexto, me refiero a dos leyes en vigor, la del aborto y la del suicidio asistido, llamada de forma impropia de eutanasia.
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Ante estas leyes que califico como inmorales, incluso si un parlamento las ha aprobado, los médicos ejercemos nuestro derecho a la objeción de conciencia, del mismo modo que Romero apeló a la conciencia de los soldados en El Salvador.
Cuidados paliativos
En España, más de cuarenta años después, los legisladores exigen al personal sanitario que aniquilen vidas en embrión, antes de que lleguen a conocer la existencia, o que colaboren en un suicidio, para finalizar de forma inmediata una vida, en vez de ayudar a que el final inexorable de esa vida sea lo más tolerable posible, mediante los cuidados paliativos.
Somos cientos y miles los médicos (cristianos o no) que nos hemos negado a acatarlas. Lo hemos hecho por escrito, ante las respectivas administraciones sanitarias; en mi caso, como clínico que no participa en la atención a embarazadas por no pertenecer a mi especialidad, me he limitado a objetar a la ley de suicidio asistido.
Nunca he escrito contra los suicidas; más bien al contrario, he declarado en repetidas ocasiones mi compresión y compasión hacia quien decide poner fin a su vida. Estoy convencido de que solo un intenso sufrimiento puede llevar a tamaña decisión, y de que Dios Padre espera al suicida con los brazos abiertos, y le ayudará a recuperarse de todas las amarguras y sufrimientos que ha padecido en esta vida.
Mejor atención posible
Pero, de ahí a facilitar el suicido a enfermos terminales, hay un océano. Todos tenemos derecho a la mejor atención posible al final de nuestra vida, con los medios farmacológicos y humanos necesarios. Esos son los cuidados paliativos, que conozco de cerca por pertenecer a la comisión correspondiente en mi hospital y por haberlos estudiado y practicado en mi contexto durante décadas.
Una pauta de sedoanalgesia cuidadosa, en las dosis apropiadas y en el momento adecuado, proporciona una muerte digna, y nada tiene que ver con el uso de un barbitúrico. Sin embargo, los cuidados paliativos se hallan infradotados, mal regulados, con lista de espera, con medios escasos, a pesar de los esfuerzos y buena voluntad de todo el personal sanitario que trabaja en los mismos.
En cuanto al aborto, no juzgaré a las mujeres que abortan, pero no puedo en forma alguna justificar ni colaborar en poner fin a una vida en desarrollo. Tampoco contemplar el aborto como método anticonceptivo, bajo una pretendida libertad de la mujer para decidir. La exigencia por parte del Ministerio de Sanidad de que las comunidades autónomas faciliten un registro de médicos objetores al aborto, impresiona como una maniobra de amedrentamiento.
El valor de la conciencia
Cuando los legisladores elaboran leyes que muchos de nosotros calificamos como inmorales, recurrimos a la objeción de conciencia, porque allá en nuestro interior, es donde debemos buscar y encontrar respuestas a los retos personales y profesionales que surgen en nuestra vida. Porque nuestra conciencia está por encima de leyes, legisladores, voluntades sociales y políticas, decisiones de partidos y sindicatos, amedrentamientos y coacciones.
Recen por los pacientes, por los médicos que les cuidamos, objetores o no, y por este país.

