Flor María Ramírez
Licenciada en Relaciones Internacionales por el Colegio de México

Nuestra memoria y lo esencial en estos días


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Mis primeros recuerdos de la infancia sobre la Semana Santa son las de una imagen de Jesús en un burrito real para representar la entrada triunfal a Jerusalén que recorría las calles principales de mi natal Chinameca, El Salvador. ¡Era el Domingo de Ramos!

Luego seguían las actividades preparatorias del Viacrucis del viernes: mujeres y hombres se organizaban para resolver la logística de quién cargaría las andas de María, María Magdalena y los Apóstoles. En la Iglesia central ya habían distribuido otras actividades como la limpieza, el coro, las lecturas y los cantos para las procesiones.  

Una festividad solemne

Llegado el jueves (inicio del Triduo Pascual) me generaba mucha expectativa asistir a la última cena, en donde gente de la misma comunidad representaba a los apóstoles en el lavatorio de los pies. Tras terminar la misa del jueves, se decoraba un monumental altar para exponer al Santísimo en una custodia antigua. Quienes así lo quisieran, podían pasar a escuchar las reflexiones y hacer oración durante la noche. Recuerdo que al salir de la Iglesia el jueves, podías ver la luna llena aparecer entre los cerros que te recordaba la noche en que Jesús es traicionado por Judas, arrestado y negado tres veces antes de cargar la cruz.

El viernes era un “día de guardar”. No se desayunaba, ni se comía carne, tampoco se ponía música a volúmenes altos. Era un día completo de reflexión, pero también de apreciar las alfombras de colores, hechas de flores y aserrín, verdaderas obras de arte que impregnaban un ambiente comunitario de festividad solemne. Después de muchas horas a la expectativa, llegaba el sábado por la noche, la gran Vigilia Pascual que congregaba a buena parte del pueblo en el atrio de la Iglesia, con sus velas dispuestas a recibir la luz. El domingo muy temprano (alrededor de las 4 de la mañana) María y los Apóstoles cargados por los voluntarios que previamente se habían inscrito en una lista, iban al sepulcro para ser testigos de la resurrección, siempre me daba adrenalina ver cómo en las penumbras las imágenes corrían por las mismas calles en que había transitado el Viacrucis. Para entonces, ya con la noticia y la imagen de un Jesús resucitado. Lo mejor de todo es que Chinameca ha seguido la tradición este 2019, enriquecida con nuevas experiencias.

Domingo de Ramos 2019 en Chinameca, El Salvador. Foto: “Que Chivo Chinameca”

Tradiciones cristianas que van siendo reconocidas como patrimonio cultural

En múltiples rincones que celebran el Cristianismo se viven tradiciones similares en las que puedes experimentar el olor, el color y el sabor de la Semana Santa,  creando un ambiente sonoro y fascinante que en nuestros días todavía sigue llamando la atención de miles de personas alrededor del mundo. México, no es la excepción, las actividades de muchas comunidades en las calles e Iglesias de pequeñas y grandes localidades como Taxco, San Cristóbal o la Sierra de Chihuahua nos regalan paisajes verdaderamente emocionantes en estos días. Y es que seamos o no católicos, resulta altamente probable que hayamos participado de históricas tradiciones que marcan la temporada bien sea a través de la gastronomía o el paisaje. Algunas de estas tradiciones van siendo incluso reconocidas como parte del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO.

De acuerdo con la ‘Convención para la salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial 2003’, este se refiere a “todo aquel patrimonio que debe salvaguardarse y consiste en el reconocimiento de los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas transmitidos de generación en generación y que infunden a las comunidades y a los grupos un sentimiento de identidad y continuidad, contribuyendo así a promover el respeto a la diversidad cultural y la creatividad humana”. Efectivamente, hay expresiones que nos han sido transmitidas de generación en generación y que es importante preservar porque son parte de nuestra memoria colectiva e identidad. Estas tradiciones, merecen ser estudiadas, conocidas y respetadas porque guardan valor para quienes las preservamos y, principalmente, son un recurso espiritual.

Quienes somos parte de la Iglesia, bien sabemos que lo esencial en estos días es vivir uno de los acontecimientos más importantes de nuestra fe: la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Ya hemos sido invitados por el papa Francisco –en su mensaje de cuaresma de 2019–  a “ayunar, o sea aprender a cambiar nuestra actitud con los demás y con las criaturas: de la tentación de ‘devorarlo’ todo, para saciar nuestra avidez, a la capacidad de sufrir por amor, que puede colmar el vacío de nuestro corazón”. La Semana Santa busca centrar la mirada de los fieles en la esperanza de la resurrección y celebrar la vida que Jesús resucitado nos da. Haciendo un ejercicio de memoria de nuestros primeros recuerdos de la Semana Santa, quizá nos permita constatar que esos acontecimientos por el sólo hecho de estar en nuestra memoria representan mucho para nosotros, ya sea por nuestra fe o ya sea por nuestras tradiciones e identidad. Estamos invitados a trascender esa dualidad, lo que llegó a la memoria pudo haber sido nuestro primer acto de fe.