Nos hemos acostumbrado a la guerra. A verla en los noticieros como si fuera parte del clima. A escucharla en las discusiones políticas, en las redes sociales, en los hogares donde ya nadie se escucha. Vivimos tan rodeados de tensión que la paz parece un lujo antiguo, una palabra gastada.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Por eso me conmovió escuchar al papa León XIV invitar al mundo entero a rezar el Rosario por la paz, cada día de octubre. Lo dijo con la voz de quien conoce el peso del sufrimiento humano: “Recen el Rosario cada día por la paz: la paz del mundo, la paz de las familias y la paz del corazón”.
Su llamado sonó como un suspiro en medio del ruido. Y me hizo pensar que quizá el problema no es solo que haya guerras, sino que ya no nos duelen lo suficiente.
El Rosario, tan humilde y tan antiguo, puede ser un modo de volver a sentir. Cada cuenta que pasa entre los dedos nos recuerda que la historia no está perdida, que en medio del caos sigue habiendo ternura. Mientras el mundo se acelera, el Rosario desacelera. Mientras la información nos fragmenta, el Rosario nos recompone.
Rezar el Rosario por la paz no significa evadir la realidad. Es más bien resistir sin odio, esperar sin ingenuidad. Cada misterio contemplado, gozoso, luminoso, doloroso o glorioso, es una escuela de humanidad: nos enseña a mirar el dolor sin desesperar y la alegría sin olvidarnos de los demás.
El Papa también anunció que el 11 de octubre se rezará un gran Rosario por la paz en la Plaza de San Pedro. No será un acto político, sino un gesto silencioso y universal: millones de manos unidas en torno a un Rosario de esperanza. Tal vez no detendremos las guerras de inmediato, pero sí podemos impedir que la guerra entre en nosotros.
En un tiempo en que la violencia parece tener siempre la última palabra, el Rosario es un modo humilde de responder sin gritar, de amar sin condiciones, de construir paz desde lo pequeño. Es el lenguaje de María, que nunca impone, solo acompaña.
Quizá octubre sea un buen momento para volver a aprender a rezar despacio. Para que en cada Ave María se oculte una súplica, un nombre, una herida. Y para creer, contra toda desesperanza, que el mundo aún puede encontrar la paz si alguien la pide con fe.
Lo que vi esta semana
A unas señoras en la parroquia rezando el Rosario antes de Misa.
La palabra que me sostiene
“Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios”. (Mt 5,9)
En voz baja
Señor, haznos instrumentos de tu paz… y enséñanos a rezar con el corazón de María.
