Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

¿Nos hemos acostumbrado a cifras de muertos?


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H. Arendt ya avisaba, en nuestro tiempo, de los problemas de matematizar la realidad que ocupa a las personas. Por activa y por pasiva, E. Levinas ha pedido mirar el rostro ajeno que nos interpela y exige. Kierkegaard y Unamuno fueron siempre de la persona personalmente considerada, concreta y desprovista de sistema, de carne y hueso. Buber avisa de la importancia de no considerar al sujeto fuera de la relación y señala la diferencia ontológica radical de persona y “cosa”. Rahner y Balthasar, en sus intentos de hablar de la vida, leyeron en común el origen sublime de cada individuo, movido desde el inicio por el amor y la gratuidad, por lo innecesario y el que se da a sí mismo para dotar de una libertad escandalosamente infinita.



Las terribles cifras de muertos por Covid ocultan, sin mostrar realmente la sangría. Protegen en números la cruda realidad y computan insignificando la verdad de la Vida. Política mal entendida, política despreciando a los demás.

Todo parece encaminado a “la nueva normalidad”, sin que ya nadie levante su voz contra ella. Nos hemos acostumbrado a las normas, pero sin entender la responsabilidad. La noticia es el escándalo reiteradamente. Se deja en nada la atenta vigilancia de quien en lo cotidiano es fiel. Se ningunea a quienes están más expuestos y siguen siendo esenciales por amor al otro. De estos, de aquellos que vuelven a la realidad con cierto criterio y promueven el orden, no se habla, quedaron silenciados. Héroes hace unos meses, ahora permanecen en el silencio.

Los muertos son noticia edulcorada. Cifras en una curva. Ya no cuentan los que estuvieron y no están. Ni siquiera sus condiciones. Todo volcado sobre una tabla como se empujó en otros tiempos a otras personas de carne y hueso en fosas comunes. Y prevalece el anonimato y los análisis partidistas que quieren sacar rendimiento al flanco manipulado que les favorece. Sin importar las personas, dejando de contar.

Popularizar cifras, insignificar personas

Llevamos años así, con cifras de paro, con números de desahucios, con inmigrantes contados como muertos o ilegales, con niños que abandonan escuelas o mujeres muertas, maltratadas, con familias rotas, con actos violentos de todo signo. Llevamos años popularizando cifras, insignificando personas.

Dolerá el mundo, cada uno seguirá a sí mismo. Hasta que se imponga, hasta que se cuente en primera persona. El refranero español nos cuenta la incapacidad, suponiendo barba, de aprender de barba ajena. Da igual todo, las noticias ya son como el payaso de Kierkegaard. Nos reducimos al simple “estar” en el mundo, sin pregunta sobre el ser que quiebre el espinazo.

Querido maestro, amigo Juan Martín. Rezemos. Que se sigan escuchando tus palabras en este Adviento: “La oración de petición que tiene su fundamento en la experiencia de la radical finitud humana es, por tanto, la experiencia más clara de que se confía en alguien que, más allá de esta finitud, le confiere sentido”. Pidamos desde la finitud por quienes la abandonan y por quienes la patentan.

Querida Weil, te equivocas cuando dices que la persona es colectividad y no relación. Aunque me pese, corregiría estas palabras: “La subordinación de la persona en la colectividad no es un escándalo; es un hecho del orden de los hechos mecánicos, como los gramos y kilogramos en una balanza. En realidad, la persona está siempre sometida a la colectividad, incluso en lo que se llama su plenitud”.

Termino con Juan de Isasa, gran marianista, en su libro póstumo publicado por PPC. Cuando, en la tercera parte, comienza a hablar de Dios retoma el libro inicio del libro de Job. Invito a detenerse en estas palabras: “El libro nos desborda. Desborda todas las teorías y todas las teologías. Supera con mucho nuestras capacidades para enfrentarnos con el misterio del mal y del dolor, y nos lleva a una especie de oscuridad luminosa. A esta historia, el mismo Job la llamó la voz de la tempestad. Los cristianos la llamamos simplemente cruz”.