José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

No pude ver el Barça-Madrid porque estaba celebrando el Día del Migrante


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Tras muchos ríos de tinta y con la dedicación de miles de espacios, tertulias y horas mediáticas, por fin se celebró ‘El Clásico’, el partido de fútbol que enfrentaba al Barcelona y al Real Madrid. No pude verlo. Se celebraba el día internacional del migrante y quería colaborar a ello desde lo que decía la nota de la Red Migrantes con derechos: “Olvidar que somos una sociedad de acogida y solidaria, unido a la falta de determinación política para articular otras opciones posibles es el combustible con el que se alimentan corrientes de rechazo social y de discursos xenófobos que ponen en riesgo nuestra convivencia y nuestros consensos esenciales”.

Un amigo se extrañaba de no estar al tanto del acontecimiento deportivo: “Como no lo vas a ver? ¡Está en juego ‘nuestra’ identidad!”. No voy a desvelaros si el que me lo dijo era del Barça o del Madrid. ¿Desde qué identidad afectada preguntaba? ¿Desde la identidad ‘catalana’? ¿Desde la española? ¿Desde ambas? ¿Podría ser la nacionalidad de los jugadores extranjeros significativos de su equipo de preferencia de cuya identidad el interlocutor se sentía tan orgulloso? Por ejemplo, la argentina, la brasileña, la francesa, etc.

Pero vete tú a saber, porque a lo mejor al hablar de señas de identidad se refería a “estilos de juego”, o al “marchamo” del club de sus amores, o a las características determinadas de cada club, fuera la que fuera. “Más que un club” o simplemente un club.

El tablero mundial de la movilidad humana

Me vale el ejemplo para reconocer la peculiar y buena relación que existe en grupos humanos tan variados como los que componen actualmente los clubs de fútbol. Es verdad que el dinero manda y “obliga” a políticas de buena “vecindad” entre los jugadores y muchos otros colectivos. Es verdad. Pero lógicamente me resisto a la dictadura del dinero para establecer el marco de relaciones de la diversidad. Pues claro que sí. Pero ya quisiera yo que en el césped verde o el tablero mundial de la movilidad humana (más que del azul mediterráneo o el amarillo del desierto) fuera tan fácil conjugar un sentido de pertenencia común a pesar de tanta diversidad. Y donde lo que predominara con fuerza en el “campo de juego” fueran las “primas” de los “valores”, o las del “diálogo”, o las “primas” del ejercicio y protección los derechos humanos o cosas por el estilo.

El tema de las identidades lo abordaba muy bien Amin Maalouf cuando advertía que “vivir juntos no es algo que les salga de dentro a los hombres; la reacción espontánea suele ser la de rechazar al otro. Para superar ese rechazo es precisa una labor prolongada de educación cívica”.

Es decir, se trata de aquello que tanto remarca el papa Francisco sobre la primacía teológica del iniciar o primar los procesos más que llenar espacios que recoge en ‘Evangelii gaudium’ (nº 222). Para vivir juntos se necesitan procesos educativos. Aquello que no tienen resultados tan inmediatos como para conseguir sacar muchos votos cada poco tiempo.

Messi

Decía también Amin Maalouf en su discurso en la entrega de los Premios Príncipe de Asturias de las letras de 2010: “La identidad de un país no es una página en blanco, en la que se pueda escribir lo que sea, ni una página ya escrita e impresa. Es una página que estamos escribiendo; existe un patrimonio común –instituciones, valores, tradiciones, una forma de vivir– que todos y cada uno profesamos; pero también debemos todos sentirnos libres de aportarle nuestra contribución a tenor de nuestros propios talentos y de nuestras propias sensibilidades. Asentar este mensaje en las mentes es hoy, desde mi punto de vista, tarea prioritaria de quienes pertenecen al ámbito de la cultura”.

La educación –y el ritmo paciente, y bello que ella supone–, se convierte pues en aliada imprescindible para el justo desarrollo de la gestión de la diversidad. La educación que importa es aquella que saca tarjeta roja –por seguir con el símil futbolero– a los que no educan en la posibilidad de saber y proclamar que es posible y enriquecedor vivir juntos pese a las diferencias de color, de lengua o de creencias; “lo que importa es saber cómo vivir juntos, cómo convertir nuestra diversidad en provecho y no en calamidad”, decía en el citado discurso Maalouf.

A propósito de identidades (las que no construyen con muros) y educación, el papa Francisco afirmaba –con razón– durante el Congreso Mundial ‘Educar Hoy y Mañana’ en 2015 que “no se puede hablar de una educación católica sin hablar de humanidad porque precisamente la identidad católica es Dios que se hizo hombre”.

No está de más recordarlo precisamente a las puertas del acontecimiento más importante para la cristiandad. A las puertas de la celebración de ‘El Clásico’ fundamental y fundante del cristianismo: La Navidad. Y esta celebración lleva celebrándose (pública y/o privadamente) en todo el mundo –¡tan diverso¡– durante siglos y siglos, a pesar de muchos envites en contra, sin cambiar de fecha.