No nos dejes caer en la tentación


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A medida que van pasando los días de encierro con su carga de angustia, a medida que se van sumando las malas noticias, a medida que el horizonte se oscurece, aparece en nuestro ánimo el fantasma del desaliento. Esa es la tierra fértil en la que puede germinar la semilla de la tentación.



Quienes intentamos mirar nuestras vidas a la luz de los Evangelios podemos reconocer en esta experiencia que nos toca vivir un reflejo de aquel relato que nos muestra a Jesús en el desierto. Allí se nos dice que el Maestro “fue tentado”. Allí aparecieron los fantasmas, los espejismos de una salida fácil, las ilusiones en lugar de la esperanza. Allí aparece la tentación. El hijo del carpintero, en todo semejante a nosotros menos en el pecado, también atraviesa esa experiencia humana. Es bueno recordarlo en estos momentos.

Pero ¿qué es “caer en la tentación”? ¿Qué significa esta expresión? En primer lugar, observemos, se trata de “caer”. Nunca decimos que en la tentación somos elevados, tampoco que permanecemos en el mismo lugar en el que estábamos. En la tentación “se cae”. Se tropieza. En segundo lugar, deberíamos darle a la palabra “tentación” su verdadera importancia y dimensión, en los evangelios no se la utiliza a la ligera. No se trata de las ganas de comer un chocolate sino de algo más profundo y peligroso: la tentación es esa voz interior que nos invita a no confiar en Dios. Por algo en el relato del libro del Génesis el tentador está simbolizado por la imagen silenciosa y traicionera de la serpiente. En algún rincón de nuestro corazón, escondida detrás del miedo, la serpiente nos invita a dudar de todo, a confiar solo en nuestras fuerzas, a dejarnos llevar por el temor. Entonces caemos.

Padrenuestro

Avancemos un poco más. Aquel relato de Jesús en el desierto no es el único que nos habla de tentaciones. A fuerza de repetirlo quizás hemos olvidado que la oración que nos enseñó Jesús termina diciendo “no nos dejes caer en la tentación”. ¿Por qué se encuentra allí ese pedido? ¿Por qué esa oración que nos habla de nuestra confianza en el Padre que nos ama finaliza con esas palabras? Precisamente porque el mayor peligro reside ahí: en olvidar a ese Padre, olvidar que somos hijos, dejar de confiar. Entonces caemos.

Cuando nos acercamos al Gólgota y escuchamos ahí al Maestro, y allí es quizás el momento más importante para escucharlo, podemos ser testigos de su lucha: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Y también de su última palabra: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. En el momento decisivo Jesús no cae en la tentación, confía en su Padre, en nuestro Padre.

Vivimos tiempos para redescubrir el Padrenuestro, para rezarlo como cuando éramos niños. Vivimos tiempos para ser como las aves del cielos y los lirios del campo “ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos?” (Mt 6,26). Vivimos tiempos para ser hijos. Para no caer sino para caminar confiados.