Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Niños caprichosos en democracia


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Tengo que confesar que soy una afectada de manera indirecta por las manifestaciones que hubo el lunes en algunas ciudades andaluzas. Salía de dar una charla de Adviento en Granada cuando me encontré las calles cortadas, el despliegue policial y muchos gritos coreando lemas. La verdad es que, aunque me pilló de sorpresa la situación y el corte de tráfico, esto me ha hecho pensar.

Más allá de cuestiones políticas, me llama la atención que todos estemos de acuerdo con que la democracia es el mejor de los sistemas políticos o “el menos malo” de ellos, pero se levanta la voz cuando los resultados no nos gustan. Como si fuéramos niños caprichosos, parece que asumimos las reglas de juego mientras estas me agradan.

Una mujer vota en las elecciones de Costa Rica/EFE

Y a mí, que tengo cierta “deformación profesional” bíblica, me resulta inevitable recordar ese dicho que Mateo pone en boca de Jesús. Él compara a su generación con unos chiquillos que, en la plaza, se recriminan unos a otros eso de “os hemos tocado la flauta y no habéis danzado, hemos entonado lamentos y no habéis hecho duelo” (Mt 11,17). También nosotros vamos con frecuencia “desentonados” con el ritmo, con el tono y con la melodía, porque para ponernos en danza no podemos quedarnos solo con aquellos compases que nos resultan cómodos y en los que nos movemos con soltura.

Está claro que no me refiero solo a lo sucedido tras las elecciones en Andalucía, sino a una dinámica que, quién más y quien menos, todos compartimos un poco. Nos comprometemos en el amor mientras nos dure, con los proyectos mientras nos sigan seduciendo con la misma intensidad, con los compromisos mientras no encontremos otro más cómodo, con la comunidad mientras esta me aporta algo… y en esto, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Se nos olvida eso que también nos insiste el Maestro de ser fieles a la palabra dada, de modo que nuestro sí sea sí  y nuestro no sea no (Mt 5,11).